MADRID 20 Oct. (EUROPA PRESS) -
Hasta hora la capacidad intelectual se considera estable a lo largo de la vida, un dato que suele conocerse calculando el coeficiente intelectual (QI, por sus siglas en inglés). Sin embargo, en un estudio publicado en la revista 'Nature', investigadores del Centro Wellcome Trust de Neuroimagen de la UCL (University College of London) y el Centre for Educational Neuroscience, en el Reino Unido, muestran por primera vez que la inteligencia no es constante.
El coeficiente intelectual, la medida estándar de la inteligencia, puede aumentar o disminuir de manera significativa durante la adolescencia, según la investigación, y estos cambios están asociados a cambios en la estructura cerebral. Los hallazgos podrían tener implicaciones para la orientación de los estudiantes durante sus años escolares.
Los investigadores, dirigidos por la profesora Cathy Price, estudiaron a treinta y tres adolescentes sanos en 2004 cuando tenían entre 12 y 16 años. A continuación, repitieron las pruebas cuatro años más tarde, cuando los mismos sujetos tenían entre 15 y 20 años de edad. En ambas ocasiones, los investigadores realizaron escáneres cerebrales estructurales de los jóvenes, utilizando imágenes de resonancia magnética (MRI).
Los científicos descubrieron cambios significativos en las puntuaciones del QI medido en 2008, en comparación con las puntuaciones registradas en 2004. Algunos sujetos habían mejorado su desempeño, en relación con personas de su misma edad, en hasta 20 puntos en la escala estándar del QI; en otros casos, sin embargo, el rendimiento había caído en una cantidad similar. Con el fin de comprobar si estos cambios eran significativos, los investigadores analizaron las imágenes por resonancia magnética en busca de una correlación entre los cambios y la estructura de los cerebros de los sujetos.
"Hemos encontrado una cantidad considerable de cambios en la forma en que nuestros sujetos realizaron las pruebas de QI en 2008, en comparación con las realizadas hace cuatro años", explica Sue Ramsden, primera autora del estudio, "algunos sujetos lo hicieron notablemente mejor, pero otros mucho peor. Hemos observado una clara correlación entre el cambio en el rendimiento y cambios en la estructura cerebral y, por lo tanto, podemos decir con cierta certeza de que estos cambios en el coeficiente intelectual son reales".
Los investigadores midieron el coeficiente intelectual verbal de cada sujeto, lo cual incluyó mediciones del lenguaje, aritmética, conocimientos generales y memoria, y su coeficiente intelectual no verbal, como la identificación de los elementos que faltan de una imagen o la resolución de 'puzzles' visuales. Distinguieron, entonces, una correlación con determinadas regiones del cerebro; un aumento en la puntuación del QI verbal se relacionó con un aumento en la densidad de materia gris en un área de la corteza motora izquierda, que se activa con la articulación del habla. Asimismo, un aumento en la puntuación de QI no verbal se relacionó con un aumento en la densidad de la materia gris en el cerebelo anterior, que se asocia con los movimientos de la mano.
Según Price, no están claros los motivos del cambio en el QI, ni por qué el rendimiento de algunas personas mejora, mientras que el de otros disminuye. Es posible que las diferencias se deban a la estimulación temprana o tardía de los sujetos, pero también es posible que la educación juegue un papel en el cambio del coeficiente intelectual. "Tenemos una tendencia a evaluar a los niños relativamente temprano en la vida, pero ahora hemos demostrado que su inteligencia se encuentra aún en vías de desarrollo", afirma Price.
Otros estudios, del Centro Wellcome Trust de Neuroimagen, han aportado pruebas convincentes de que la estructura del cerebro es "plástica" también durante la vida adulta. La pregunta es, si la estructura del cerebro puede cambiar a lo largo de nuestra vida, ¿puede también cambiar nuestro coeficiente intelectual? La opinión de los investigadores es que sí, ya que existen evidencias que sugieren que nuestro cerebro puede adaptarse, incluso en la edad adulta.