MADRID, 10 Ago. (EUROPA PRESS - Israel Arias) -
Cuarenta años ha tardado Denzel Washington en sucumbir a los cantos de sirena de las secuelas. La elección de The Equalizer para tal trance parece, y solo parece, motivada no tanto por el afecto que le profesa al justiciero solitario e ilustrado Robert McCall, como por su vinculación con Antoine Fuqua, director con el que se entiende "de maravilla" y que también debuta en el noble -o dudoso, según se mire- arte de las continuaciones.
El ritmo pausado roto por los ultraviolentos correctivos, el aroma a western urbano crepuscular y las grandes secuencias de acción, coronadas -al igual que en la primera entrega- con una bárbara y esta vez huracanada 'set piece', siguen siendo las constantes en The Equalizer 2. Pero también hay algunas novedades en el día a día de McCall.
Ahora el hermético y atormentado lector se permite ciertas licencias sociales: queda con sus viejos amigos, mete en vereda al chico rebelde del vecindario y se gana la vida como conductor de VTC. Sí, Robert es chofer y desde allí, desde la invisibilidad de la que le dota su puesto al volante, puede observar a la gente, escuchar sus problemas y, si está en su mano y merece la pena, resolverlos con toda la contundencia que requiera la situación.
Si merece la pena... porque no hay elementos suficientes para saber cuándo este setentón conductor Lyft decide autoproclamarse juez y verdugo, aparcar su coche y liarse a mamporros para resarcir a uno de sus clientes o cuándo cree que es mejor dejarlo correr. The Equalizer tiene su propio código. No está claro. Es discrecional. Igual que también lo es por qué Denzel ha elegido este personaje y no otro para su primera secuela. Será porque él sigue siendo lo mejor de una continuación cumplidora pero sin brillo ni chispa a pesar de sus grandilocuentes maneras. Será porque 'ecualizando' a diestro y siniestro se encuentra "de maravilla".