Foto: VÉRTIGO FILMS
MADRID, 16 Mar. (EUROPA PRESS -Israel Arias)
Tilda Swinton firma una de las interpretaciones más colosales de los últimos años en Tenemos que hablar de Kevin, la historia de un terrible monstruo contada desde los ojos de su madre.
Basada en la aclamada novela homónima de Lionel Shriver, Tenemos que hablar de Kevin es una intensa e incómoda historia sobre la familia, el amor, la maldad y, especialmente, sobre la culpa. Sobre su total ausencia y también sobre su yugo permanente. Un desgarrador y crudo relato que, visto desde el prisma de su protagonista, nos conduce una y otra vez hasta la misma pregunta: ¿En qué he fallado?
Ella, la protagonista, es Eva (Swinton), una mujer que se gana la vida elaborando guías de viajes y vive enamoradísima de Franklin (John C. Reilly) un fotógrafo con el que finalmente se lanzará a la aventura de la maternidad. Kevin es el nombre del retoño fruto de su amor que pronto le demostrará cuán macabramente certera puede ser la manida frase 'un hijo te cambia la vida'.
Hablar más sobre Kevin -interpretado de niño por Jasper Newell y en su época adolescente por un muy inquietante Ezra Miller- sería desentrañar demasiado la madeja y quitarle brillo a la perturbadora experiencia que es esta película, que atrapa e incomoda por igual.
Y precisamente en su loable intención por revolver al respetable en su butaca y desorientarle para jugar con todos los elementos visuales y sonoros a su alcance, Lynne Ramsay distorsiona en exceso la narración lastrando el ritmo de la historia. Una historia que, además, se nos presenta cronológicamente desordenada.
Puede que el peculiar ejercicio de estilo de la directora escocesa, con sus defectos, pero también con sus muchas virtudes -simbólica tomatina inicial incluida- enmarañe la narración de forma deliberada y a veces desacertada. Pero lo que no logra es empañar el magistral trabajo de Swinton, cuya ausencia -al menos- entre las nominadas al Oscar a mejor actriz es al menos tan sangrante como las de Michael Fassbender y Ryan Gosling en el apartado de mejor actor.
Su composición de la madre en los diferentes y desordenados estadios a los que le arrastran todos y cada uno de los acontecimientos que tienen que ver con Kevin, su Kevin, es una escandalosa clase magistral de interpretación.
Ella, acompañada -cierto es- de unos más que correctos Miller y Reilly, es la gran atracción que justifica con creces pagar una entrada para zambullirse en el tortuoso y desasosegante universo de la madre de la bestia. Y no hay más que hablar.