MADRID 14 Jun. (EUROPA PRESS - Israel Arias) -
Con la esperanza de hacerse un hueco en la cartelera antes de que el avalancha de blockbusters veraniegos, que arrancará la semana de que viene con El hombre de Acero, arrase con todo, llega a nuestros cines Trance de Danny Boyle.
Lo nuevo del seductor cineasta británico, autor de títulos como Trainspoting, 127 horas o la multioscarizada Slumdog Millionaire, arranca con el robo del cuadro 'Vuelo de brujas', de Francisco de Goya, en una subasta de Londres.
La pieza clave en este atraco es Simon, uno de los empleados de la casa de subastas que se asocia con una banda criminal capitaneada por Franck (Vincent Cassel) para robar la obra del maestro español. El plan se tuerce y Simon sale herido. Como consecuencia del traumatismo sufrido, nuestro protagonista no logra recordar dónde ha escondido el valioso lienzo.
Ni el reposo, ni la reconstrucción concienzuda de sus pasos, ni siquiera las torturas, nada consigue que Simón llene el espacio en blanco que tiene en su memoria. Es entonces cuando sus cómplices le obligan a optar por una vía más heterodoxa: la hipnosis.
Simon acude a una terapeuta, la doctora Elizabeth Lamb (Rosario Dawson), para que entre en su subconsciente y libere sus recuerdos... incluido el lugar donde ocultó el cuadro de Goya. Pero la mente de Simon está llena de secretos que ni él mismo conoce.
EL HIPNÓTICO CAOS DE BOYLE
Este es el punto de partida desde el que se articula una compleja historia llena de giros y artimañas que firman Joe Ahearne --director y guionista del telefilme británico del que toma su argumento-- y John Hodge, con quien el director vuelve a trabajar tras Trainspotting, Una historia diferente y La Playa.
Y precisamente puede que sea su arranque, la escena del atraco filmada y montada de una manera simplemente portentosa, lo mejor y más redondo de Trance. El robo presuntamente perfecto es a la vez la excusa y la guinda de una compleja historia en la que Boyle se pierde --y nos pierde-- en los laberintos del psicoanálisis de sus personajes.
Durante 100 minutos, y apoyado en un más que aseado reparto, en su dominio de las herramientas visuales, y, especialmente, en un montaje colosal que mezcla a su antojo lo onírico y lo real, Boyle arma un atractivo, estimulante y muy vistoso thriller.
Una cinta que al ritmo de una musculosa banda sonora de Rick Smith -otra de las señas de identidad del cine del británico- nos lleva entre sus sinuosos recovecos y nos manipula a golpe de giro y contragiro.
Pero los constantes volantazados marean tanto que llega un punto en el que el castillo de naipes que construye Boyle requiere de una excesiva explicación para que no se derrumbe de un soplido.
Y en la justificación de este caos premeditado, 'Trance' se tira a la piscina con un más difícil todavía que culmina en un final que aspira a doble carpado con tirabuzón y se queda en un panzazo a lo Falete. Y todo encerrado en un iPad.
Bien rodada. Muy bien montada. Demasiado efectista.