MADRID, 22 Ene. (EDIZIONES) -
Este martes se cumplen 38 años desde la muerte de María Moliner, bibliotecaria, filóloga y lexicográfa española. Su obra cumbre fue el Diccionario de Uso del Español, un léxico concebido con vocación de ser "un instrumento para guiar en el uso del español", según afirmó la bibliotecaria, filóloga y lexicógrafa española.
Nada más publicarse el Diccionario de uso del español, que se editó por primera vez en 1967 con unas 80.000 entradas y un nutrido catálogo de sinónimos, expresiones pluriverbales, reglas glamaticales o etimologías, escritores como Miguel Delibes o Francisco Umbral comenzaron a mostrar su "fervor por él", por su utilidad y la sencillez de su estilo, que "rompía con la costumbre de definir los términos mediante frases enrevesadas y estereotipadas".
Medio siglo después de que saliera a la luz, el diccionario continúa siendo una referencia para todos los escritores hispanoamericanos. La obra de la filóloga fue alabada por importantes escritores como Gabriel García Márquez que llegó a escribir: "María Moliner hizo una proeza con muy pocos precedentes: escribió sola, en su casa, con su propia mano, el diccionario más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua castellana, dos veces más largo que el de la Real Academia de la Lengua, y -a mi juicio- más de dos veces mejor".
Pero a pesar de su gran aportación a las letras españolas, María Moliner fue rechazada por la RAE, después de haber sido propuesta por escritores como Dámaso Alonso. De haber sido admitida, Moliner se hubiera convertido en la primera mujer que ocupaba un sillón en la Academia.
UNA MUJER DEL SIGLO XX
Nacida el 30 de marzo de 1900, María Moliner representó un nuevo estilo de mujer en el siglo XX: pionera universitaria que, sin abandonar el cuidado de su familia ejerce su profesión, inteligente, responsable y generosa para con los demás. Su divisa: entregar la obra perfecta en la medida de las posibilidades de cada uno.
Sencilla, espontánea en sus reacciones y elegante al no ser elegida académica en 1972, recibió su jubilación tan discretamente como había vivido, gozando con pequeños detalles cotidianos como sus macetas y presumiendo con orgullo de sus nietos.
Las notas tristes de sus últimos años fueron la muerte de su marido y su propia enfermedad: la arteriosclerosis cerebral que la privó de su lucidez desde 1975 aproximadamente, hasta su fallecimiento, el 22 de enero de 1981.