Foto: EUROPA PRESS
MADRID, 16 Feb. (EUROPA PRESS - David Gallardo)
Ha llovido mucho en Glasgow desde que el espermatozoide de lo que luego serían Simple Minds protagonizara sus primeras correrías a finales de los setenta. Ha llovido mucho y en Escocia nadie habla de la lluvia en vano. Luego vendrían el éxito masivo de los últimos ochenta y los primeros noventa, seguido de un bajón progresivo en lo comercial, si bien no necesariamente en lo creativo. En estas estaban, definitivamente pasados de moda (tristemente) para el público masivo, Jim Kerr y Charlie Burchill, auténtico corazón bipolar del combo, cuando publicaron en 2009 su notable decimoquinto disco de estudio, Graffity Soul.
Tal vez fue su intento de reverdecer viejos laureles lo que les llevó a emprender la gira motivo de su nueva visita a Madrid, en la que interpretan exclusivamente, para fervor de sus más acérrimos, canciones de sus cinco primeros discos de estudio: Life in a Day (1979), Reel to Real Cacophony (1979), Empires and Dance (1980), Sons and Fascination / Sister Feelings Call (1981) y New Gold Dream 81/82/83/84 (1982). Claro que en realidad esta selección, aún incluyendo ya algunos buenos pelotazos, deja fuera los temas que les hicieron definitivamente grandes, de manera que tampoco se les puede acusar de buscar el camino fácil para hacer caja con una gira de grandes éxitos. Nos conformaremos con tildarles de adorables nostálgicos reivindicando un legado que es suyo.
El de La Riviera fue, pues, un arriesgado viaje en el tiempo, pues no es esta tampoco una jugada claramente ganadora, había que currárselo, debido a que los más reconocidos álbumes de la banda llegaron después de 1982. Ochenterismo ilustrado escandalosamente vigente a través de una formación que suena compacta, con gran protagonismo de los teclados que, lamentablemente, tapan por momentos la labor de Burchill a la guitarra.
Jim Kerr se lo sigue montando bien sobre las tablas, como siempre. No en vano, se puede decir que fue un modelo estético, vocal y bailón para Bono de U2, cuando a mediados de los ochenta Simple Minds estaban en lo más alto, y la banda irlandesa comenzaba a despuntar, allá por 1984. El por qué les superaron tan ampliamente y ahora, más de veinte años después unos siguen llenando estadios mientras otros tocan en salas (aunque de amplio aforo) es otra historia que no viene al caso.
El vocalista se entrega, se desgañita, posa para los fotógrafos durantes las canciones, conoce su oficio y ofrece lo máximo, baila un poco como el inefable Leonardo Dantés, pero es que su ritmo es ochentero, y esta noche con más motivo que nunca. Los juegos con el cable del micrófono le siguen saliendo de maravilla: lo tira al aire, abre los brazos, el cable cae sobre sus hombros y el micro queda balanceándose en su espalda. Una pena que en los tiempos que corren los inalámbricos estén tan extendidos, porque no dan tanto juego.
El público, básicamente talludito, aprovecha las canciones menos conocidas para tratar de recordar el año exacto en el que vieron por primera vez a Simple Minds, pero mientras lo discuten, suenan I Travel, Life in a Day, la aplaudidísima Love Song, The American o Premonition, y es entonces cuando el viaje en el tiempo es completo y fluye con pasmosa naturalidad.
Ya antes de empezar una voz sin identificar avisó por megafonía de que en la noche faltarían muchas canciones esperadas por todos. A pesar de eso, en el tramo final suenan Promised you a miracle, la evocadora Someone somewhere in summertime, una potentísima Theme for great cities, Glittering Prize, Chelsea Girl y New Gold Dream (81/82/83/84) para poner broche final a una noche nostálgica pero que también ayudó a recordar por qué Simple Minds siguen en la brecha. Porque a veces para seguir avanzando es necesario echar la vista atrás.