La Fundación Ramón Areces acoge este jueves el primer simposio sobre resiliencia. Hablar de resiliencia se ha puesto de moda. Se considera como un salvavidas psicológico en el momento actual. Efectivamente es una característica positiva de la personalidad que permite la adaptación del individuo a un entorno adverso.
Resiliencia es un término poco conocido y aún tardará tiempo en abrirse camino, aunque ya fue aceptado por la RAE desde finales del 2010. Los expertos en metalurgia lo han usado frecuentemente para referirse a la capacidad de cada material de recuperar su forma original después recibir un impacto o ser golpeado, presionado, doblado, estirado o comprimido. El mismo término referido a la persona se puede aplicar como la capacidad de recuperación de una enfermedad o de un golpe de la vida, saliendo fortalecido de esta circunstancia adversa. Esto implica un enfoque positivo en el desarrollo de la personalidad.
En el ámbito deportivo se entiende aún mejor. Todos y cada uno de los que triunfan han pasado por retos increíbles, demostrando la capacidad de levantarse muchas veces de sus propias cenizas.
Esta capacidad, que algunos individuos desarrollan de forma innata, se ha demostrado que también puede ser adquirida trabajando sobre las dimensiones que constituyen su base, pero el resultado que queremos conseguir no es solo la suma de cualidades, sino la capacidad de reconstrucción del individuo sobre las dificultades, de sentirse capaz de superar esas situaciones adversas encontrando el sentido de la vida y buscando en los acontecimientos el significado para pasar de sentirse una víctima pasiva de las circunstancias a recomenzar y ser sujeto activo y protagonista de su experiencia.
En el Instituto Español de Resiliencia hemos desarrollado una Escala de vulnerabilidad/resiliencia, pero en términos absolutos, no se puede hablar de que uno es más o menos resiliente que otro, como si se tuviera un elenco de cualidades medibles. Más bien es un desarrollo de capacidades que permiten a la persona adaptarse proactivamente ante la adversidad generando recursos para integrarla en el proyecto de vida del individuo.
Se puede decir que es un desarrollo adaptado a las circunstancias negativas o aprender a vivir de forma positiva en un entorno insano. Una imagen de resiliencia es la flor que se abre paso en un terreno castigado y seco o insalubre.
Precisamente en tiempos de crisis es cuando se desarrolla más la resiliencia. Sabemos que el ser humano crece en la adversidad. La dificultad es necesaria en sí misma para el desarrollo, de tal manera que éste no existiría a falta de contrariedades porque no se aprende a moldear la respuesta adecuada.
Por ese motivo, no es buena la actitud generalizada actualmente de huir o evitar a toda costa el sufrimiento, porque esto no favorece un desarrollo maduro de las personas, y menos de los hijos que están en crecimiento físico y psicológico. Solucionarles todas las dificultades es condenarles en el futuro a ser seres vulnerables, con poca capacidad de afrontar la frustración y las emociones negativas, que expresadas hacia fuera provocan con frecuencia agresividad y si se expresan hacia dentro se convierten en sentimientos de víctimización y tendencias depresivas.
El hombre no puede vivir si no mira al futuro y con frecuencia esto constituye su salvación en momentos difíciles. Hoy la European Brain Council habla del crecimiento de los trastornos mentales y neurológicos que suponen un coste medio en Europa de 386 billones de euros al añoi. Muchos tienen en su base una personalidad poco estructurada y está comprobado que es posible desarrollar recursos para tener mayor resiliencia y saber afrontar la adversidad. Este sistema de prevención sería más rentable porque ahorraría mucho sufrimiento humano y tendría menor coste económico.
Si solo vemos en la dificultad la cara negativa del sufrimiento, lo apartaremos radicalmente de nuestra vida y de las vidas de los nuestros, pero ese camino es el mayor riesgo para hacer una sociedad muy vulnerable, sin respuestas ante los retos que nos depare el futuro.
Ante cualquier acontecimiento adverso podemos actuar, reflexionar, compartir y cambiar. Podemos elegir un nuevo camino para rehacernos. El ser humano inteligente, sabe crear el espacio para convertir la crisis en oportunidad siempre que tenga presente la esperanza de futuro. Si cree que no puede hacerlo nunca lo intentará.
Esta capacidad tiene mucho que ver con el desarrollo de la inteligencia emocional, que es clave para adaptarse a situaciones de cambio, ya sea en el terreno personal o laboral. La capacidad de conocer y manejar nuestras emociones nos da un gran poder sobre nosotros mismos que es de vital importancia para conseguir los objetivos que nos proponemos.
Cuando no se puede cambiar una situación lo que hay que cambiar es la manera de afrontarla y está demostrado que en la vida no sobreviven los más fuertes, sino los que mejor se adaptan porque saben manejar mejor el estrés, sufren menos y buscan decididamente la salida.
Rafaela Santos es psiquiatra y presidenta del Instituto Español de Resiliencia (IER), de la Sociedad Española de Especialistas en Estrés Postraumático (SETEPT) y de la Fundación Humanae.