MADRID, 8 Dic. (EUROPA PRESS) -
Comer es una de las actividades básicas de supervivencia y placer para todo ser vivo y, a pesar de su aparente falta de humanidad, los dictadores no son una excepción. Un libro revisa ahora gustos y manías de unos dirigentes que parecían no perder el apetito por las atrocidades que cometían.
El libro 'Las Cenas de los dictadores: Una guía del mal gusto para entretener tiranos', escrito por Victoria Clark y Melissa Scott, repasa casos particulares de algunos de los peores dictadores que ha tenido el siglo XX en todo el mundo.
Así, la obra recuerda cómo Adolf Hitler, vegetariano acérrimo, no dudaba en amenizar sus comidas con relatos de un matadero ucraniano que en más de una ocasión llevaron a sus compañeros de mesa a dejarse comida en el plato, según la cadena británica BBC.
La aversión a la carne del dictador alemán derivó en flatulencia crónica, un mal que sufrió también el libio Muamar Gadafi, derrocado en 2011. Por su parte, el italiano Benito Mussolini llegó a ser diagnosticado por un médico nazi con un cuadro peligroso de diarrea durante la Segunda Guerra Mundial.
Mao Zedong, apasionado carnívoro, presumía en una carta a sus 'camaradas' de su capacidad excretora: "Como mucho, defeco mucho", decía. El líder chino llegó a quejarse durante una visita a la URSS para verse con Joseph Stalin de un episodio de estreñimiento por el cambio en el modelo de baño.
Las comidas de Stalin solían durar entre cinco y seis horas y, durante este tiempo, además de comer, los invitados participaban en animados juegos de beber, bailaban y cantaban. El exceso de bebida sale también dentro de las historias de Nikita Jruschev y Tito y, de este último, el libro cuenta que vomitaba en las mangas de su chaqueta para poder seguir el ritmo.
MANÍAS
El norcoreano Kim Il Sung hacía a sus ayudantes que seleccionasen los granos de arroz que consumía de forma individual y llegó a crear un instituto con el único objetivo de prolongar su vida, según el libro, que recoge todo tipo de manías.
La manía del dirigente comunista rumano Nicolae Ceausescu consistía en llevar su propia comida a todos los países que visitaba, algo que no siempre sentaba bien a sus anfitriones. Tito, al frente de la vecina Yugoslavia, reaccionó con sorpresa al ver que Ceausescu sólo bebía zumos de verdura con pajitas y evitaba ingerir alimentos sólidos.
El portugués Antonio Salazar disfrutaba comiendo las sardinas porque, según relataba él mismo, le recordaban a su infancia, a cuando tenía que compartir uno de estos pescados con uno de sus hermanos.
PROBAR LA COMIDA
Todos los dictadores tienen como denominador común el gran número de enemigos que acumulaban a lo largo de los años, especialmente por las atrocidades que sus regímenes cometían. Por este motivo, es habitual la figura del catador que degustaba antes que el líder ingiriera cualquier plato para evitar posibles envenenamiento.
Hitler llegó a contratar a 15 mujeres durante la guerra para que testasen su comida, mientras que uno de los hijos de Sadam Husein, Uday, terminó entre rejas por matar a uno de los catadores de su padre. Ceausescu, por su parte, nunca viajaba sin un químico que ocupaba un alto cargo en los servicios de seguridad y sin un laboratorio móvil.