Los residentes de la Ciudad Vieja, arrasada, conviven en las esquinas con las atrocidades de Estado Islámico.
MOSUL, 24 Mar. (Reuters/EP) -
Para los residentes de la Ciudad Vieja, el retorno a Mosul es un ejercicio para tratar de olvidar: sus calles llevan las cicatrices de los horrores sobre los que sobrevivieron, ya sea viviendo bajo el gobierno draconiano de Estado Islámico (IS) o durante nueve meses de brutales combates, mientras la coalición liderada por EEUU batallaba para recuperar la ciudad de los yihadistas.
"En este rincón es donde Daesh azotó a mis hijos por hablar sin permiso", recuerda Um Abdulá, utilizando el acrónimo árabe de Estado Islámico, mientras por el barrio al que regresó en enero. "Y en este rincón es donde mataron a mi padre por tratar de detenerlos", añade.
Dicho lugar estaba solo a metros de su casa en el distrito de Bab al Jadeed. Aunque la puerta principal ha sido arrancada de sus goznes, la casa permaneció en pie a diferencia de la mayoría de los demás en la calle. Donde una vez vivieron cuarenta familias, ahora solo hay tres.
Um Abdulá explica que regresó a regañadientes a la zona, que no tiene electricidad ni agua corriente, porque las condiciones eran, sin embargo, mejores que el campamento de refugiados donde había vivido antes.
A pocas calles de distancia, Um Russil también ha vuelto a la zona, donde su esposo resultó herido en un ataque aéreo. "Algunos de nuestros vecinos no quieren regresar; dicen que están afectados por lo que sufrieron y que no pueden regresar", declara. "Pero tuvimos que regresar ... no tuvimos otra opción".
Antes de marcharse, Um Russil estuvo viviendo en la parte oriental de Mosul, la principal base del Estado Islámico en Irak, finalmente devastada por bombardeos y enfrentamientos.
BAJO TIERRA
Precisamente muchos residentes de la Ciudad Vieja fueron los últimos en abandonar Mosul. A medida que la lucha se intensificó en primavera de 2017, los milicianos se retiraron aún más hacia el interior, a los edificios densamente poblados del casco histórico. Se apoderaron de casas enteras, convirtiéndolas en bases improvisadas, forzando a las familias a esconderse.
"Vivimos durante tres meses en el sótano, antes de que liberaran nuestras áreas el 7 de julio", explica Moayad, de 45 años, forzado a vivir -- junto a su madre, sus hijos y nietos -- en su pequeño sótano sin ventanas por combatientes de Estado Islámico de habla rusa que tomaron su casa en el barrio de Zanjili la primavera pasada.
"Tenían todo lo que necesitaban", declara Moayad, quien se ha negado a dar su nombre completo. Sin agua potable ni alimentos para comer, su familia sobrevivió con harina mezclada con suero que robó de los botiquines de los combatientes de Estado Islámico.
Moayad padecía ictericia y hambruna cuando las fuerzas de seguridad iraquíes despejaron su calle y evacuaron a los civiles que habían estado viviendo bajo intensos bombardeos durante meses.
No fue siempre así. Cuando Estado Islámico llegó por primera vez a la ciudad, en su mayoría fueron recibidos con brazos abiertos por los residentes predominantemente suníes, algunos de los cuales, al menos al principio, simpatizaban con su causa.
"Realmente nada cambió al principio", añade Moayad, un comerciante del mercado que vende ropa de segunda mano. "Todavía podríamos movernos, ir al mercado, caminar en las calles y todos se saludaban y charlaban, incluso con las personas nuevas con su ropa extraña".
Muchos residentes se sintieron aliviados al desvincularse de las fuerzas gubernamentales, chiíes, representantes de un Gobierno al que acusan de marginación, y aún más felices de obtener un descanso de los coches bomba que dominaron desde que Al Qaeda en Irak fomentara la insurgencia.
CALLES LIMPIAS Y BRUTALIDAD
Estado Islámico se apresuró a construir el aparato de su llamado califato, incluido el establecimiento de un nuevo gobierno local. Algunos de los funcionarios abandonaron Mosul, según explica a Reuters el actual jefe del municipio, Abdelsattar al Hibbu, pero la mayoría se quedó y se vio obligado a trabajar o se unió voluntariamente al nuevo régimen.
Los milicianos se aseguraron de que se limpiaran las calles y se pavimentaran los caminos. Algunos residentes dijeron que la administración de Estado Islámico, dirigida por un yihadista franco-marroquí, era más eficiente que el régimen anterior. Los milicianos subvencionaron servicios y alimentos para algunos de los pobres de la ciudad.
Pero también impusieron un sistema de impuestos religiosos opresivos y emitieron una serie de decretos que cubrían todos los aspectos de la vida pública y privada. Los castigos iban desde manos cortadas hasta decapitaciones, un espectro de violencia desenfrenada que asustó a muchos seguidores iniciales.
"Vivía con el temor constante de meterme en problemas con la policía religiosa o un luchador veterano que pasaba", añade Moayad. Los crímenes podrían ser tan pequeños como fumar o vestir ropa incorrecta.
A medida que la guerra se intensificó, Estado Islámico impidió a los residentes de la Ciudad Vieja que se escaparan, y les usaron como escudos humanos conforme sus fuerzas iban disminuyendo.
"Mataron a cuatro personas que intentaron escapar del vecindario justo a la entrada de mi casa, y lo hicieron en público para asustar a la gente a quedarse. No se nos permitió quitar los cuerpos hasta que comenzaron a descomponerse", recuerda. O intenta olvidar.