MADRID, 10 Jul. (Júlia Serramitjana, Responsable de Medios de Oxfam Intermón en República Centroafricana) -
Batangafo es un pueblo de difícil acceso en medio de la nada, cerca de la frontera con Chad. Cuando uno aterriza en el aeródromo con el pequeño avión de Naciones Unidas, tiene la sensación de llegar a un lugar tranquilo. El paisaje está lleno de árboles frondosos, vegetación exuberante y casitas de barro. A simple vista parece mentira que algo malo pueda pasar en este lugar.
Pero en realidad Batangafo es un auténtico polvorín, donde toda la problemática de la crisis centroafricana está representada. La lista es larga: desplazamiento, casas destruidas, enfrentamientos entre trashumantes y agricultores, violencia intercomunitaria, pobreza, mal gobierno y el olvido al que han estado condenadas las zonas rurales. Todas y cada una de estas causas se pueden palpar aquí. Y, cómo no, sus fatídicas consecuencias.
"El mercado ha desaparecido, no hay rastro de las administraciones ni Policía. Las milicias son bien visibles y campan a sus anchas entre la población desplazada", explica Dewo Bafounga, representante del Gobierno en Batangafo. "Los niños han dejado de ir a la escuela. Sus padres tienen miedo y por eso están cerradas. Tampoco los hospitales funcionan y la inseguridad reina en la zona", admite. Aquí la situación es realmente crítica.
Casi toda la población de Batangafo ha huido de sus casas. Un pueblo entero. De 37.000 personas, 30.000 se desplazaron y viven ahora en tiendas en condiciones nefastas. Sólo hace falta dejar atrás las calles principales del pueblo y mezclarse con la población desplazada para darse cuenta de que esto es un drama.
LAS MILICIAS SIGUEN PRESENTES
Lucien tiene 50 años y puede dar fe de lo ocurrido aquí: "Quemaron mi casa. Huí al bosque pero no era seguro. Cuando intenté regresar me detuvieron y me golpearon. Al final me dejaron ir y sobreviví. Mi marido también fue amenazado pero se las arregló para escapar con los niños", recuerda.
Punto de acceso al agua para la población desplazada, BARRY SIRADIOU / OXFAM
El conflicto que estalló hace casi tres años parece que se ha cerrado en falso: "Hemos vivido en el campo de desplazados durante tres años. Ahora hemos reconstruido nuestra casa con ayuda de la asociación de mujeres de la que soy miembro y el apoyo de las ONG pero las milicias armadas todavía están muy presentes", explica. No hay seguridad.
Y así es. El pasado 20 de junio la violencia volvió a estallar. Unas 30 motocicletas, cada una con al menos dos hombres armados de una milicia ex Seleka entraron en la población para enfrentarse con la comunidad dedicada al pastoreo. Empezaron los tiroteos y el miedo. Los efectivos de la MINUSCA, la misión de paz de Naciones Unidas en el país, poco pudieron hacer para contener la situación. Eran sólo 50 hombres.
Ese día en Batangafo vimos cómo los civiles huían de sus tiendas en los campos de desplazados y se refugiaban dentro de los recintos de las ONG. Centenares de personas huyendo de nuevo, otra vez, y llevando sus pertenencias a cuestas.
Los enfrentamientos se extendieron por otras localidades próximas sin que nada ni nadie pudieran hacer nada. Cerca de 20 personas murieron.
Simultáneamente en Bangui, la capital, varios enfrentamientos en el barrio de PK5, reavivaron las peores pesadillas para la población. El miedo volvió a paralizar la ciudad tras dos días negros que provocaron una veintena de muertos.
Sólo Oxfam registró en un solo día más de 560 nuevas llegadas en los 13 campos de desplazados de Bangui en los que trabaja, pero hay muchos más. Según Naciones Unidas y varias ONG que trabajan en el terreno, miles de personas han huido de nuevo hacia Chad, Camerún y otros sitios del país. El 20 por ciento de la población sigue fuera de sus casas. Casi un millón de personas. Y sigue sumando.
Casas destruidas, ISIDORE NGUELEU / OXFAM
ESPERANZAS TRUNCADAS
La inseguridad ha vuelto estas semanas y por las calles se habla del final de la "luna de miel" del presidente, François Touadera. Desde el 20 de junio los centroafricanos ven truncadas las esperanzas de que el nuevo Gobierno elegido en marzo lleve soluciones duraderas a la crisis que sufren día a día y puedan vivir con seguridad. La comunidad internacional centró la mirada en las elecciones pero ahora que ya ha apartado los ojos reaparecen los problemas.
La MINUSCA renueva este mes su mandato con un panorama poco alentador y con retos enormes en materia de seguridad, desarme, la protección de civiles y la impunidad que reina en el país. La violencia ha repuntado y hace falta reforzar la capacidad operacional y de reacción.