MADRID 2 Feb. (OTR/PRESS) -
Si es que no puede ser; gobernar un país -y más aun un país en plena crisis económica- es algo muy serio que de ninguna forma se puede resolver ni mirando al tendido y esperando el milagro, ni a golpe de inspiración. Y cada día que pasa, cada nueva medida que se toma, en cada comparecencia, uno se reafirma más y más en que este Gobierno carece de planes y, lo que es peor, ante la falta de planes, va teniendo ocurrencias, anécdotas que vende como ideas. Parece más o menos confirmado que lo de las pensiones y la edad de jubilación pilló a la mitad de los ministros a contrapié, lo mismo que a los sindicatos, a la patronal, a los capitostes del PSOE y a la ciudadanía. Fue otra ocurrencia, otro golpe de inspiración se supone que del presidente del Gobierno, lo mismo que la famosa "Ley de Economía Sostenible" que un buen día anunció sin ni siquiera saber de qué estaba hablando. Luego llegaron las prisas y los correos a los ministerios para ver si a alguien se le ocurría llenar de contenido lo que no era más que una frase que sonaba bien. Llegó la Ley y ahí la tienen: un manojo de iniciativas y ocurrencias que poco tienen que ver con la economía y menos aun con la sostenibilidad. Y así vamos, a golpe de frase suelta, de idea que parece luminosa en la soledad de la Moncloa pero que luego se oscurece y hasta se disipa más allá de ese palacio de los sueños en el que vive el presidente. Y de la misma forma que la Ley de Economía Sostenible hubo que rellenarse con manojitos de lo que fuera, este nuevo relámpago de las pensiones y la jubilación va a ser justamente el rayo que sí cesa porque por mucho que se empeñe Leire Pajín y por mucho que tergiverse su propio discurso el ministro Corbacho, para tomar esas medidas no hay que ser valiente sino irresponsable y por eso, a las 24 horas de su anuncio, ya estaban reculando y ofreciendo matizaciones.
Pero si malo es tener un Gobierno que no acierta ni cuando rectifica, lo que resulta patético para muchos es contemplar en qué dócil pesebre se ha convertido el PSOE. Una idea tan poco socialista y tan escasamente obrera, se aprobó en el Comité Federal con sólo dos abstenciones (ni siquiera votos en contra) de Izquierda Socialista. Y en los debates a puerta cerrada las únicas dudas que se plantearon fueron rigurosamente electorales, en ningún caso ideológicas. No es un problema de nostalgias sino de dignidad: este no es el PSOE de los Llorente, Redondo, Castellano o Santesmases por citar a unos pocos; no es bueno comparar, pero esos nombres -que nunca aspiraron a ejercer el poder sino a exponer una forma de entender la vida en sociedad- esos nombres, digo, han sido sustituidos por Leire Pajín o José Blanco. Y lo peor es que el resto sólo es silencio a la espera de subir un puesto en el escalafón del partido.