Actualizado 01/05/2012 14:00

Antonio Pérez Henares.- ¿De verdad queremos que nos digan la verdad?

MADRID 1 May. (OTR/PRESS) -

Supongo, aunque los hay profundamente interesados en que lo olvidemos, que podemos dar como un hecho probado y comprobado que Mariano Rajoy ha asumido el poder en la peor situación económica y social, crisis y paro, de toda la historia de nuestra democracia. Supongo, aunque los responsables del Gobierno anterior se escabullan de cualquier responsabilidad en el desaguisado, que es de justicia reconocer que la tarea que tiene ante sí el nuevo Gobierno es más que difícil y los condicionantes y problemas estructurales, europeos y locales, un peligroso polvorín donde además se producen incendios casi cotidianos. Esa es nuestra realidad. Ese el punto de partida, esa la llamada "herencia" que es una auténtica ruina.

Ante ello, el Gobierno, y Rajoy, han comenzado a actuar. Eso tampoco es discutible. Desde luego aquella caricatura de indolencia ha pasado a mejor vida. ¿O no se acuerdan? Podrá acusarsele y ya se le acusa de mil defectos -ahora el sambenito es que no da la cara- pero aquel de vago, vaguísimo parece que ha tenido que ser desterrado. Han actuado en lo esencial con celeridad. En tres meses y cumpliendo sus plazos. La reforma financiera, donde aún les queda otra tanda, la laboral, que les ha costado ya una huelga general y todas la movilizaciones habidas y por haber (si no llueve o hay puente, como el domingo que no fue casi nadie), la de estabilidad presupuestaria, no se puede gastar lo que no se tiene y menos aún cuando se debe ya hasta la hijuela, la sanitaria (con sus dolorosas recetas pero insoslayable si se quiere mantener lo esencial, porque de seguir sin frenar los costes y los despilfarros y abusos, que los hay, se derrumba entera. Y, aunque se soslaye, hasta se bajó el sueldo a los banqueros no privados, se puso freno a los desahucios y están a puntito ya de cobrar esos cientos de miles acreedores de ayuntamientos y comunidades que estaban asfixiados. Y queda embridar definitivamente el despilfarro publico: las empresas, las duplicidades, los desvaríos autonómicos, ¡ay! esas comunidades, esos fastos y esos delirios de grandeza, lo que cuesta enjugarlos ahora.

En cuatros meses el ritmo y los problemas han sido frenéticos. Y en ellos el Gobierno han cometido errores. Algunos muy graves. Cierto que ha tenido que tomar medidas obligado y contra sus propias promesas, pero en otras ocasiones, desbarajuste y contradicciones en sus anuncios, la "puñalada" del ministro del Interior a las victimas y mucho temo que a principios y promesas, y cometería uno de calado si suspendiera el Debate del Estado de la Nación. Porque no es ante Rubalcaba quien ha de explicarse sino ante los españoles. Y sería una cobardía no hacerlo. Así de simple y así de claro, y que se dejen sus consejeros de pamplinas. O no han aprendido de lo que les costó el espantón televisivo de Arenas en Andalucía.

El presidente del Gobierno debe decirnos la verdad. Nos la está diciendo. Y por ello está sufriendo un fuerte desgaste. Nos está diciendo la verdad de lo que se ha encontrado, entre otras cosas con una mentira de 26.500 millones más de deuda, y de lo que nos espera de inmediato y las duras perspectivas del futuro. No saldremos en dos días ni en dos años. ¿Pero hay otra manera de salir? ¿Nos sacarían de esta los señores Rubalcaba, Lara, Méndez y Toxo? ¿Son ellos quienes resolverían la tremenda situación en que se encuentra España?

Pero hay algo más, algo que cada vez me plantea más dudas sobre España, sobre nuestra sociedad, sobre todos nosotros. Es comprobar como cada cual habla de la necesidad de esfuerzo y sacrificio hasta que no le toca a él y a lo suyo. Cuando eso llega siempre sale la consabida respuesta de que se puede recortar de otro sitio. Cada cual siempre tiene un sitio que recortar que no sea precisamente del suyo. Cada cual dice que es bueno saber la verdad, que exige saberla, que es necesario para afrontarla. Pero, ¿de verdad que queremos saberla? ¿De verdad estamos dispuestos a afrontarla? A mí me parece que hay muchos que todavía prefieren creer más a Solbes que a Pizarro ¿se acuerdan?

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