MADRID 28 May. (OTR/PRESS) -
Los acampados en Sol, en Madrid y en otras plazas de España han contado con una corriente de simpatía que ha trascendido las adscripciones políticas. Han planteado cuestiones con las que es muy difícil discrepar, se les ha visto pacíficos, organizados y por todo ello hemos sido muchos los que hemos visto como un acierto que el Gobierno no procediera a la disolución de las concentraciones, sabiendo, eso sí, que esa posición no estaba en línea con lo dictado por la Junta Electoral Central y que el sentido común -no desalojar- chocaba con los criterios legales expuestos por todas las instancias judiciales. Esa contradicción existe y los que vimos bien la no intervención tenemos que asumirla.
Dicho esto, hay que convenir que todo, incluso lo que pueda resultar más sublime -que no es el caso- tiene, debe tener un límite y los acampados deben comenzar a comprender que para mantener viva la llama que han encendido no es -no debe ser- imprescindible la ocupación del espacio público aun cuando esta ocupación sea pacífica.
El movimiento 15-M ha dado la vuelta al mundo. Es conocidos más allá quizás de los que sus promotores podrían suponer y ahora debe llegar la hora de la reflexión. ¿Qué les aporta esta ocupación continuada y sistemática del espacio público?. Deben entender que si ellos se atribuyen el derecho de esta ocupación deberían exigir, por ejemplo, que un coche pudiera permanecer parado encima de una acera. ¿A quien perjudica un coche parado en una acera?.
Las imágenes de Barcelona a muchos no nos han gustado. Los acampados no deberían haberse hecho fuertes ante la Policía que tenía la orden de restablecer la higiene en la Plaza de Cataluña y no de detener a ninguno de los que allí estaban. No debe repetirse lo que hemos visto pero no cabe pensar que unos cuantos cientos o miles de personas desafíen la autoridad democrática, bien sea de la Generalitat, bien sea la del ministerio de Interior.
En Madrid, los comerciantes próximos a Sol ya han denunciado los perjuicios causados y aunque ayer mismo el propio Rubalcaba dijo que algunos problemas ya se habían resuelto, lo cierto es que todavía no se ha tomado ninguna decisión. Parece claro, por otro lado, que la acampada de Sol no puede eternizarse en el tiempo, que en algún momento y de alguna manera habrá que ver el fin de esta situación.
Los acampados no deberían correr el riesgo ni de hartar a la gente ni de convertirse en parte del paisaje, por ello lo inteligente y desde luego lo más eficaz es que procedan a un abandono pacífico de lugares públicos y mantengan sus posiciones buscando otros resortes. Sería lo mejor para todos.