MADRID 16 Nov. (OTR/PRESS) -
En Brisbane, casi en las antípodas, donde está Rajoy, se hablaba de 'cambio climático', y de más cambios menos explícitos. En Extremadura, donde estaba Pedro Sánchez, se habló del 'hambre de cambio', sin referirse solamente, claro está, al relevo del presidente extremeño, el ahora muy célebre José Antonio Monago, que ha pasado toda la semana explicando sus viajes a Canarias. Pero quien copó este sábado los titulares, por encima de Monago, de Rajoy y hasta de Obama, que también estaba en Australia, fue Pablo Iglesias, que se consolidó como líder de 'Podemos' en un acto con algo más de un millar y medio de personas que concluyó con la canción de Mercedes Sosa, 'cambia, todo cambia'. Estuve allí -en lo de Podemos-, atendiendo a lo que creo que era mi obligación profesional: conocerles. Saqué alguna conclusión: yo diría que, contradiciendo a Heráclito de Éfeso, no es que todo cambie y nada permanezca; es, más bien, que todo cambia y, sin embargo, todo permanece.
Me da la creciente impresión de que nos hemos instalado en un remedo de la máxima lampedusiana, aquella de 'hay que cambiar algo para que todo siga igual'. Aquí, tiendo a pensar que nos dicen que algo cambia -sin que, en realidad cambie- para que todo siga siendo más o menos lo mismo. E incluyo a Podemos, una formación que de momento, es apenas una expectativa de voto. Ellos mismos se califican como "escoba", y me parece acertada la autodefinición: están barriendo con mucha 'caspa' y mucha 'casta', pero no escuché aportaciones interesantes contenidas en lo que yo esperaba un programa de acción -o electoral- revolucionario, lleno de ideas que no habíamos escuchado. He visto nacer muchos partidos en medio del entusiasmo de un salón de actos: Podemos no era (demasiado) diferente a otros.
No importa: creo que la existencia de Podemos es útil, por cuanto nos obliga a muchos que tal vez algunos de ellos consideren 'casta', a reflexionar sobre lo mucho, muchísimo, que hemos hecho y estamos haciendo mal. Una televisión amiga de ellos me preguntó, a la entrada, qué pienso yo que puede aportar Podemos. Les dije que creo que es una pulsión para que otros, con mayores posibilidades y vocación de gobierno inmediato, hagan los cambios que necesariamente hay que hacer.
Algo semejante le dije un día al líder socialista, Pedro Sánchez, que gritaba este sábado que hay 'hambre de cambio', como antes comentaba: creo que el nuevo secretario general del PSOE está ahí para eso, para tocar los clarines de una nueva era y que, de momento, los vaya escuchando quien lleva el timón. Algo que Rajoy, que es quien podría ahora hacerlo, se resiste a oficializar: nos 'obsequió' -graciosa concesión- a comienzos de esta semana con una rueda de prensa de la que nada nuevo pudimos extraer: se niega a constatar cualquier otra cosa que no sea repetir que en Cataluña, el pasado domingo, apenas votó el 30 por ciento del electorado. O sea, que nada ha ocurrido, que nada ha cambiado. Como si el 70 por ciento restante, esa mayoría silenciosa, perteneciese al ideario antiindependentista. Ya puesto, podría habernos dicho que los que no votaron el 9N eran todos del PP.
Andamos poco finos en la dialéctica política, y no me refiero (solamente) a Rajoy. De Pablo Iglesias hubiese esperado, este sábado, en su efectista discurso, concluido con la mencionada canción de Mercedes Sosa sobre el cambio, un inicio de programa más articulado. Me parece que hacen bien en calificarse, por ahora, como "escoba": hay mucho que barrer, pero luego hay que poner los muebles, acondicionar la casa, asegurar que todo funciona. Y de eso vi y escuché, todavía, poco. Espero más de esta gente que un efectismo muy mediático y un discurso muy vibrante: eso el algo, porque en política las formas son casi tan importantes como el fondo, pero no son nada sin fondo. Si todo el programa se resume a un 'los vamos a echar', refiriéndose a 'la casta', y que cada cual entienda por 'casta' lo que le parezca, habremos avanzado poco: habremos sustituido las corbatas por una coleta, y eso es algo que ya no impresiona a nadie. Como las apelaciones, tan sentidas y tan poco efectivas, al cambio climático, allá en las antípodas. O como el 'hambre de cambio' -¿de qué cambio?¿Hacia dónde?¿Cuándo?¿Cuanto?- que Pedro Sánchez esgrime para echar a Monago y no solamente, claro está, a Monago.
Y, así, nos encontramos con que el término 'cambio' se ha convertido, como en su día la palabra 'democracia', o 'libertad', o 'justicia', en un clamor. Un clamor que, por cierto, siempre acompaña a los períodos preelectorales y se apaga en los poselectorales. Ocurre, sin embargo, que ahora yo no jugaría demasiado con ese tigre, que se está despertando, y que se llama 'decepción'. Dentro de poco, quizá ya ni Podemos consiga meterlo en la jaula.