Actualizado 11/12/2012 13:00

Rafael Torres.- Al margen.- El canje demente.

MADRID 11 Dic. (OTR/PRESS) -

Salvo Bankia y el Gobierno, todo el mundo sabe que un canje es un trueque: algo a cambio de algo en una operación libremente acordada por las partes. A los estafados por las Participaciones Preferentes del banco nacionalizado se les quiere cambiar algo, su dinero, por nada, unos títulos que atienden al nombre de "acciones" y que ni siquiera tienen valor estético o tipográfico como aquellas acciones antiguas, tan bonitas, de las compañías de ferrocarril o de los grandes ingenios azucareros. Pero como la cosa va de engaño en toda regla, de principio a fin, se pretende, en el colmo de la mendacidad y del absurdo, darles nada con un descuento, encima, del 39 por ciento. Como es natural, la inmensa mayoría de esas víctimas de la banca demente, están acudiendo o van a acudir a la Justicia pese a las añagazas del ministro del ramo, señor Gallardón, que ha colocado en sus accesos y en su recorrido unas minas anti-persona pobre que llaman "tasas".

El asunto tiene bemoles: Las cajas hoy nacionalizadas colocan a sus clientes de toda la vida, ahorradores conservadores y prudentes por ser sus ahorros producto del trabajo, unas inversiones de riesgo, ilíquidas, perpetuas, sobrevaloradas, híbridas e ininteligibles, como si fueran los depósitos y los fondos a los que están acostumbrados, es decir, con el nominal y la liquidez garantizados. Lo hacen prevaliéndose de la confianza de las víctimas en su Caja, alguna de las cuales, como Caja Madrid, existe desde hace tres siglos, y en sus empleados. Y lo hacen porque, ayunos de conocimientos financieros, creen lo que éstos les dicen y firman porque les creen precisamente. Saben que no es menester licenciarse en Medicina para confiar en el diagnóstico de su médico, ni indispensable llevar el pan del día a un laboratorio para asegurarse de su buen estado. Pues lo mismo. La misma confianza.

Las Cajas de marras, infectadas de vividores en sus órganos de dirección, pillan los cuartos de la gente, los hacen propios, se los pulen en sueldazos, inversiones disparatadas, créditos suicidas a los amiguetes y demás corruptelas, y se hunden. Llega el Gobierno, las nacionaliza, y en vez de deshacer el entuerto y devolver el dinero a los clientes, les dice que no, que los prestamistas europeos no quieren, que tienen que emplearlo, perdiéndolo, en reflotar el banco que les engañó, que eso es así para que el peso del marrón no recaiga sobre los ciudadanos, como si ellos no lo fueran, y que se conformen con esos papelillos que valen nada menos el 39 por ciento.

Tal es el canje que, de momento, se propone. Si siguen así, se quedarán sin clientes, les saldrá más caro en los tribunales, y más de uno podría acabar en ese asiento corrido, sin respaldo, que suele haber ante ellos.