MADRID 20 Nov. (OTR/PRESS) -
La severa regresión que el país padece en todos los órdenes a resultas de las políticas desatentadas del PP, halla en el madrileño hospital de La Princesa su máxima expresión: el Gobierno de la Comunidad quiere regresarlo a los tiempos en que al hospital iba uno, si era pobre, a morirse. De hospital de prestigio, es decir, altamente curativo, reconocido con gratitud como tal por muchos miles de ciudadanos que sanaron en manos de su magnífico personal y sus buenas dotaciones, de centro puntero en la investigación y el tratamiento de las más diversas dolencias, y de referencia, en fin, en trasplante de órganos, se le pretende convertir en un moritorio, en uno de esos sanatorios imposibles, pues, en puridad, todo tiene remedio, menos la muerte, y el tiempo que en su tic-tac imparable nos lleva irremediablemente a ella.
Este Gobierno, y sus epígonos autonómicos, se ha propuesto meter a la población en el túnel del tiempo, pero sin necesidad de moverla del presente: solícito, la retrae a los tiempos del hambre, al de los despiadados recaudadores, al del esclavismo, al del desamparo institucional de los débiles, al de la separación de niños y niñas en las escuelas, al de la "españolización" de los catalanes y, desde luego, de todos los "malos españoles", a los tiempos de una Justicia cara e inaccesible para los humildes, el de las rogativas a la Virgen (véase Fátima Báñez), al de los grises (hoy azul-noche) arreando estopa, al de la usura rampante, al de las casas de empeño y, al precio que va la gasolina, no sería raro que también al del gasógeno. Pero lo de regresarnos a los tiempos en que se iba a los hospitales no a sanar, sino a morirse, o como mucho a servir hasta entonces de muñeco vivo a los estudiantes de Medicina, es demasiado regresar.
Al hospital de La Princesa quieren convertirlo, tras desmantelarlo como clínica para todo y para todos, en un geriátrico, y el resto, en objeto de una privatización de la Sanidad Pública cada vez menos encubierta. Ana Botella, que firmó contra eso, seguramente no sabía lo que firmaba, pero la marea sanitaria que el domingo clamó contra esa deriva, sí sabe por qué clama.