Por Fredes Luis Castro, MADRID, 7 Oct. (OTR/PRESS) -
Los ataques de noviembre del 2008 en Mumbai, en el que fueron asesinadas 173 personas, entre ellas ciudadanos franceses, estadounidenses e israelíes, marcaron un punto de inflexión en las políticas de defensa y seguridad de la India. A partir de ese momento, la tolerancia a las violencias sindicadas como terroristas se redujo drásticamente, a la vez que se incrementó el costo político de la inacción para las autoridades gubernamentales. El conflicto con Pakistán renovó fuerza a partir de los "bombardeos quirúrgicos" llevados a cabo por India en Cachemira en el mes de septiembre, pero es parte de un escenario mucho más complejo.
PALABRAS, ACTORES E INTERESES
Los discursos del Primer Ministro Narendra Modi a favor de la restricción militar nunca lograron apaciguar a los halcones que integran su gobierno, al nacionalismo vengativo que proponen diversos medios de comunicación, ni a buena parte de los hombres que mandan en sus fuerzas armadas. Este influyente colectivo acusa a Pakistán de usar el terrorismo como una continuación de la guerra por otros medios, más económicos y eficientes. Coincide con ellos Alyssa Ayres, hasta el 2013 Secretaria Adjunta de Estados Unidos para Asia del Sur, que conmina a su gobierno a presionar a Islamabad para que reprima a todos los grupos terroristas que operan en su territorio, y no tan sólo a los que provocan daño de cabotaje, haciendo la vista gorda a los que dirigen sus acciones contra India.
Registremos que en marzo de este año, el almirante Harry Harris, titular del Comando del Pacífico, propuso resucitar el Diálogo de Seguridad Cuadrilateral con India, Japón y Australia, para contrarrestar las problemáticas en común que existen en la región. Si toda crisis es una oportunidad, es posible que los enfrentamientos actuales entre India y Pakistán refuercen las chances de materializar esa oferta securitaria, para beneplácito estadounidense y malestar chino.
Como bien señala Mohan Malik, especialista en asuntos de seguridad asiática, la política exterior india siempre estuvo influida por las relaciones entre China y Estados Unidos. El profesor Malik recuerda que India es la única potencia asiática comprometida coherentemente con un equilibrio contra el gigante comunista, desde la ocupación del Tíbet por parte del Ejército de Liberación Popular en 1962. La re-emergencia china y el extremismo islámico paquistaní han eliminado de la memoria de la Casa Blanca y el Pentágono la estratégica relación que India mantuvo con la Unión Soviética durante los años de la Guerra Fría. Un ex agente de la KGB contribuyó decididamente para que tenga lugar este borrón y cuenta nueva.
La preocupación de la patria de Hillary Clinton y Donald Trump por el suministro armamentístico provisto por la Rusia de Putin a India (primer importador de armas del mundo), es tan intensa como el interés económico de sus firmas multinacionales por sustituir esa oferta. En la medida que persiste esa relación mayor es la autonomía decisoria de Delhi. Sin embargo, la vinculación económica de Moscú y Beijing, en aumento como consecuencia de las sanciones impuestas por el diferendo con Ucrania, y la provisión de armamento ruso a los ejércitos y armadas de China y Pakistán han erosionado la confianza india. Pruebas de lo último son la Iniciativa de Comercio y Tecnología de Defensa (DTTI) por la cual Washington se compromete a transferir y coproducir tecnologías defensivas con India, y la activa colaboración de Japón en los programas indios de desarrollo industrial autóctono (en especial, el emblemático "Make in India").
ESTRATEGIAS, CIRCUITOS E INSTITUCIONES
A la inmensa masa territorial de Rusia, China y Pakistán, se adicionan los países del Asia Central sobre los que los dos primeros gozan de innegable ascendencia, para conformar un cerco temible en la imaginación de los estrategas indios. Este cerco se complementaría con un "collar de perlas" planificado por el Reino del Medio para rodear el sur asiático con una red de bases navales. La retaliación, organizada por las democracias liberales simpatizantes con el hegemón americano, formula un semicírculo marítimo amparado por el Comando del Pacífico y estructurado por India, Australia y Japón, al que pueden eventualmente incorporarse Corea del Sur, Taiwán y los no tan liberales ni democráticos países del Sudeste Asiático, en conflicto con el Estado-civilización de Xi Jinping en el Mar del Sur de China.
Las contiendas se proyectan sobre las rutas por las que circula más del 70% del petróleo comercializado mundialmente por vía marítima. El Océano Índico contiene los estrechos de Ormuz y Malaca, a través de los cuales transitan 30 millones de barriles de crudo y petróleo por día, geografías de importancia crítica para la India, Japón y China, tres de los cuatro principales importadores de energía del mundo. Las tensiones enfrentan a dos de las cuatro naciones que desarrollaron su capacidad bélica nuclear al margen del marco legal internacional: India y Pakistán (los dos restantes son Israel y Corea del Norte). En un sentido más amplio, se trata de la región en la que se financian 5 de los 15 mayores presupuestos militares del planeta: China, India, Japón, Corea del Sur y Australia.
En el mes de agosto de este año, luego de casi una década de negociaciones, Estados Unidos y la India firmaron el Memorando de Acuerdo de Intercambios Logísticos (LEMOA) por el cual se habilita el uso de los establecimientos militares del otro signatario, para el desarrollo de operaciones en tiempos de paz o en marcos críticos. Por su parte, los miembros del Congreso americano promueven condicionamientos a las asistencias financieras dirigidas a Pakistán, para que se materialicen en la medida que se acredite una auténtica lucha contra todas las redes terroristas.
Ambos casos importan definiciones institucionales de muy alto nivel que ilustran acerca de la preferencia norteamericana y del rol que esperan que cumpla India. Deseoso o no de hacerlo, Pakistán tiene cada vez mayores razones para recostarse en rusos y chinos. Se consolida un esquema de incentivos que empuja la convergencia de estos tres países, como consecuencia de las sanciones contra el gobierno de Putin y las acciones de contención en desmedro de la República Popular China. Las democracias de la región actúan con militarismo reflejo y propugnan diálogos bilaterales, trilaterales y cuadrilaterales para oponerse a relaciones inexistentes (o con tenue consistencia) hasta la intervención de la Casa Blanca. Todos ellos son funcionales a cualquier plan que prefiere disputas antes que armonías en el continente asiático.
Es posible que Washington encarne una potencia en declinación, pero sus estrategias de equilibrio de poder gozan de muy buena salud.
La postergaciónLa complejidad de intereses en juego aleja la esperanza de la paz que necesita la India para actualizar sus capacidades y alcanzar el desarrollo que tanto ambiciona. Puede conjeturarse, con escaso margen de error, que sus gastos en defensa crecerán significativamente, habida cuenta de los formidables dispositivos bélicos que auxilian a su gran contradictor. Millonarios recursos serán distraídos de los rubros sanitarios y educativos para adquirir armamentos y costosas tecnologías de uso militar.
India es uno más, entre otros países, que pagan el costo del cambio sistémico verificado en el orden mundial, con las resistencias y movilizaciones estratégicas que semejante alteración supone.