Fredes Luis Castro (OTR/PRESS)
A propósito del acto de terror y odio que deja decenas de muertos en un ataque a tiros en Florida.
¿Qué es un acto terrorista? En Estados Unidos, a mediados de noviembre del 2015, mientras un grupo de gobernadores expresó su rotunda oposición a admitir refugiados sirios en sus territorios, para evitar la introducción de posibles agentes terroristas, Robert Lewis Dear mataba a tres ciudadanos de Colorado y hería a otros nueve, todos trabajadores de una clínica de planificación familiar. Estas clínicas materializan una de las políticas más rechazadas por la dirigencia política conservadora del país en el que nació este delincuente.
Aparentemente, Dear decidió ejecutar este criminal hecho como una manifestación política a raíz de la publicidad que se dio a una serie de videos que acusó a estas clínicas de fomentar la realización de abortos, para luego lucrar con la venta de órganos y tejidos de los cuerpos de los fetos. Los candidatos presidenciales de ese momento, Ted Cruz y Marco Rubio, dieron crédito a estas filmaciones y atacaron duramente la existencia de estas entidades. Los hechos denunciados se demostraron falsos, pero las palabras pronunciadas, como la flecha lanzada o la oportunidad perdida, no tenían ya retorno.
El autor de la matanza es uno de los muchos militantes de extrema derecha que consumieron esas palabras y que habitan el país que administra el afroamericano Barack Obama. De acuerdo a lo que informa Ian Millhiser las fanáticas convicciones de esta gente hace que un ciudadano norteamericano tenga siete veces mayores chances de ser asesinado por uno de estos compatriotas que por un terrorista musulmán.
El amigo Ian nos ahorra el trabajo de buscar data para escribir esta nota y cita a los profesores Charles Kurzman y David Schanzer que ilustran sobre un dato comparativo elocuente: los ataques perpetrados en Estados Unidos por móviles asociados al Islam contabilizan 50 muertes desde los atentados a las Torres Gemelas, en tanto que los crímenes de extrema derecha promedian 337 hechos por año desde ese setiembre del 2001, con 254 muertes en su haber.
De las 382 agencias de seguridad entrevistadas por los docentes mencionados, resulta que el 74% de ellas considera que el extremismo antigubernamental es una de las tres principales amenazas terroristas en sus jurisdicciones. Sólo el 39% consideró como amenaza relevante al extremismo que profesa ideas afines a organizaciones como Al Qaeda.
David Palmer sintoniza con Ian y los profesores Kurzman y Schanzer, de allí que no tenga dudas en afirmar que los extremistas autóctonos de Norteamérica representan una amenaza significativamente mayor que el terrorismo externo. Para Palmer el miedo y la furia son las raíces emocionales que estimulan la violencia Made in USA y apunta contra la dirigencia del partido republicano como responsable nada menor a la hora de indagar las causas de esta furia miedosa viralizada.
Sucede que los republicanos llevan años con un discurso ferozmente discriminatorio y anti: antimusulmán, antiinmigrante, antigubernamental y, mucho más nítido ahora con el explícito Donald Trump, racista. Este discurso responde a una estrategia que ha tenido frutos, ya que les aseguró la adhesión electoral de hombres blancos, de cristianos y –bonus track- de militantes de extrema derecha, cosa que les permitió compensar “un creciente distanciamiento del partido con una sociedad americana cada vez más diversa y progresista”.
Registremos que los musulmanes, en esa “cada vez más diversa y progresista” comunidad nacional han expandido su participación en la violencia criminal...como víctimas de ella. En efecto, el Washington Post reporta un aumento en el número de musulmanes asesinados por su condición de tales, a razón de un promedio 5 veces mayor desde ese maldito 9 de setiembre del 2001.
Uno se pregunta qué escenario electoral puede producirse en caso de que un hecho como el acontecido el domingo 12 de junio, cometido por el hijo de un inmigrante afgano, se reitere pocos días antes de la elección que definirá si Hillary o el Donald ocuparán el Salón Oval de la Casa Blanca.
En un país en el cuál el voto no es obligatorio, y con jornada electoral celebrada en día laborable, la participación en el sufragio es asunto que puede definirse no por mayorías laburantes, sino por minorías decididas y entusiasmadas, sea por las buenas causas, o por miedos y furias que suelen ser efectivos estimulantes para la movilización (en especial si se cuenta con alguna ayudita de los grandes medios de comunicación que, hasta ahora, se sienten más cómodos con Hillary Clinton, en definitiva predecible colega del establishment).
Tal como alerta el paranoico y brillante final de esa película gloriosamente ochentosa, es recomendable que los ciudadanos y habitantes de Los Estados Unidos de nuestro continente enciendan todas sus luces, revisen todos sus armarios y cajas, y busquen bajo sus camas, porque las amenazas y el terror se cultivan y habitan en su propia casa.
Fredes Luis Castro es abogado y maestro en Administración Pública. Es asesor en la Cámara de Diputados, Congreso Argentino.