MADRID, 27 Nov. (Álvaro Velasco-Sígueme en Twitter) -
Estamos completamente enganchados a nuestros dispositivos. El que firma es adicto a sus dos teléfonos y su tableta. Soy usuario activo de cuatro redes sociales: Twitter, Instagram, Linkedin y Facebook, aunque esta última cada vez menos. Hablo por WhatsApp constantemente y no entendería mi vida sin aplicaciones como Ivoox o Yomvi. A diario veo videos de YouTube o Vine en el móvil. ¿Soy raro? Estoy en la más absoluta de las normalidades.
Si ahora tuviera que prescindir de todo ello mi calidad de vida descendería notablemente y mi nivel de aburrimiento se dispararía. El 2.0 se ha convertido en una parte activa de mi día a día. Y de todo mi entorno... De casi todo mi entorno. Tengo un amigo de esos de toda la vida, Fernando, que no tiene ni el más mínimo interés en todo esto. Y no es por carecer de dispositivo, ya que cuenta con un iPhone 4S. Es un ermitaño digital.
Me enfada. Cada vez que quiero quedar con él tengo que escribirle un SMS. ¡Un SMS! Es tan absurdo como llamar a un telefonillo en lugar de mandar un 'baja, estoy en tu portal'. ¿Qué será lo próximo? ¿Quemar brujas en la plaza del pueblo? ¿Cazar con arcos y flechas? ¿Andar a cuatro patas? En mi cabeza no entra que se aleje de todo esto por decisión propia. Puedo entender que no le interesen lo más mínimo las RRSS. Pero aplicaciones de mensajería instantánea...
Vive alejado de la información. Los días que no puede ver la televisión no se entera de lo que ha pasado. Cuando quedo con él comento noticias de esas que paralizan un país y de las que no tiene la más remota idea. El común de los mortales leemos por la mañana todo lo que pasa en nuestros dispositivos. Fernando, con sus 31 años, espera a ver el Telediario. Aunque por su forma de vida más bien debería llamarlo 'El parte'.
Todo parecen desventajas, pero... En el fondo es más feliz. No tiene grupos de WhatsApp que le llenen el teléfono de fotos y vídeos absurdos. Nadie le echa en cara haber leído un mensaje y no contestado. No rinde cuentas con nadie. Vive relajado sin la presión de que le hayan retuiteado esto o que le hayan comentado lo otro. Sin tener que fingir sonrisas para salir guapo en las fotos que verán desconocidos que no le importan lo más mínimo. "Si quiero hablar con alguien, ya me encargaré de llamar. Y si pasa algo grave, se pondrán en contacto conmigo de la forma que sea".
Este aplomo me da algo de envidia. Paso muchas horas diarias con el cuello hacia abajo y mi Samsung en la palma de la mano. A veces termino incluso cansado y pienso que tengo cierta adicción. Este verano por trabajo estuve actuando en un crucero que navegaba por Europa. Fueron dos semanas. Y en muchos tramos de aguas internacionales no funcionaba Internet. Tenía cierta ansiedad. Quería saber como habían quedado los partidos de Segunda División o saber las chorradas que ponían en Twitter.
Es una dependencia. Si se nos acaba la batería parecemos yonkis digitales en busca de enchufes. Se nos olvida que hay una vida real en la que pasan cosas para estar pendientes de una vida artificial en la que entes desconocidos en su mayoría cuentan que pasan cosas. Quizá deberíamos dejar los teléfonos de vez en cuando en casa y volver al cara a cara. Seguro que seríamos más felices. Fernando lo es.