La Plaza de Djema'a el-Fna es el centro de la vida de la ciudad, es el centro de la medina, el cuerpo de la araña del que parten las mil y una callejuelas del zoco de la ciudad. Podríamos estar horas y horas saboreando ese ambiente, percibiendo el olor de las especias, encontrando las joyas de sus artesanos, separados por gremios. Los poco entrenados, los narcotizados sentidos occidentales se llegarán a sentir aturdidos por la marea de sensaciones, de percepciones... y ya nunca podrán olvidar su paso por la 'Ciudad de los Cuatro Colores': rojo de sus casas y su tierra, verde de las tejas y las palmeras, blanco de las visibles cumbres nevadas del Atlas, y azul del cielo.
Situada en la depresión de Haouz, Marrakech ha sido también llamada 'Al-Bahya', la ciudad que alegra el corazón, y la 'Ciudad Roja', debido a ese tono rojizo de todos sus edificios, en una lucha sin cuartel de los muros y fachadas por absorber los imponentes rayos de calor de un sol que se encamina al Sahara.
Marrakech fue utilizada por los europeos para nombrar al país magrebí. Los orígenes de su nombre pertenecen a una compleja etimología, en la que 'Marra' significaría 'pasa' y 'kech' sería una expresión bereber que significa 'rápido'. Todo ésto porque la leyenda de la ciudad habla de un punto de paso de caravanas, repleto de bandidos y piratas.
La ciudad fue fundada en 1070 por Abu Bekr, gran jefe almorávide, y comenzó siendo un campamento militar. Pero fue su primo y sucesor, Yusef Ben Tachfin quien comenzó la transformación del oasis primitivo en una digna capital del gran imperio que estaban construyendo.
Fue capital con almohades y almorávides hasta 1262, y más tarde se convirtió en la residencia de los mariníes en los siglos XIII y XIV. Su esplendor perdido lo recuperaron con la dinastía de los saadíes, en el siglo XVI. Finalmente, con los alauitas ya en el poder en Marruecos, Marrakech sólo fue la capital de manera ocasional.
Marrakech se divide hoy en varias partes: su medina, amurallada que alberga a las dos terceras partes de la población de la ciudad y toda su personalidad; la zona europea, consecuencia de los años de colonización francesa, y hoy principal feudo de las empresas multinacionales y la industria hotelera. Por último, cada vez más personas salen de la medina y van hacia las afueras, donde las clases medias construyen nuevas casas y crean nuevos barrios.
Acogedora, hospitalaria, nunca hostil, es cuna también de importantes tesoros artísticos. La mezquita de la Koutubia, la mezquita de la Kasbah, o de Al-Mansur o las murallas de la medina, con la puerta de Bab Agnab al frente, todas ellas construcciones almohades, son los principales tesoros artísticos de la ciudad.
Historia e identidad
Plaza de Djema'a el-Fna: Si hay algo que distingue a Marrakech de otras ciudades es su plaza central. Será el motivo, el icono que nos recordará para siempre a esta ciudad. Una plaza que no se puede fotografiar, como no se pueden fotografiar los colores, los olores o los sentimientos. Sólo se puede vivir.
Según la hora del día en la que nos dejemos caer por ella nos encontraremos una plaza diferente. La agitación de la mañana y su constante trasiego de personas, con encantadores de serpientes y predicadores del Corán incluidos, dará paso a la tarde, donde, con un menor castigo del sol, aparecerán numerosos corrillos en torno a astrónomos o adivinos, o cerca de las misteriosas tatuadoras, con su pistola de henna y sus dibujos en manos y pies. Un tradicional aguador, mientras tanto, trata de conseguir vender un poco de agua.
Todo mientras mil puestos diferentes nos ofrecen el fundamental zumo de naranja y van apareciendo los puestos de comida en las primeras horas de noche. Cada día nuevas actuaciones llegarán a la plaza, al son de los timbales. Sólo hay que dejarse llevar, e intentar formar parte, sin prejuicios.
La mezquita Koutubia: Fue en un principio levantada por los almorávides, pero la llegada de los almohades significó su destrucción y posterior reconstrucción. De la antigua sólo se conservan los pilares. El resto de la mezquita más importante de la ciudad, hermana de la Giralda, data de la segunda mitad del siglo XII y forma parte ya de la aportación almohade a la ciudad, la más rica desde el punto de vista arquitectónico (ver foto 6).
Fue construida por orden del califa Abd al-Mumin. Es también conocida como la mezquita de los libreros, ya que en los alrededores del centro de culto se instalaron a finales del siglo de su construcción los trabajadores del gremio de los libreros y los calígrafos. Desde ella, que ha de divisarse desde todos los rincones de la ciudad para servir de guía a los perdidos, el moacin llama a la oración en cinco ocasiones cada día, las que obliga el precepto islámico.
La mezquita Ben Yussef: Su minarete, de cuarenta metros, es uno de los muchos que salpican la ciudad. El nombre de esta mezquita es el del emir almorávide Ali Ibn Yussef. La mezquita guarda un importante fondo de manuscritos, entre los que encontramos el papel rosa que era producido a principios del siglo XIII en los célebres talleres de Xátiva, en Valencia.
Junto a la mezquita del mismo nombre, encontramos una de las más importantes escuelas universitarias tradicionales de Marruecos, la Medersa Ben Yussef. Consta de 140 habitaciones, fue fundada en el siglo XIV por la dinastía meriní y reconstruida en 1564 por el sultán saadita Abdallah. Entre los principales estudios que se han cursado en ella descubrimos la astronomía, las matemáticas, la teología, el derecho y la lengua y literatura árabes.
Palacio Bahía: Construido por Chambelán Ahmed Ibn Moussa, terminado en 1900. Es un auténtico laberinto de salas, caminos y jardines. Predominan cuatro colores en su decoración, a partir de sus recursos naturales: el rojo de la amapola, el verde de la menta, el amarillo del azafrán y el azul del índigo, piedra azul con la que los tuareg tiñen sus ropas. En su jardín, cuatro sendas se dirigen a la fuente central, cuatro caminos para llegar al Islam, representando las cuatro corrientes principales de la religión musulmana.
La Kasbah o alcazaba: Muchas ciudades árabes contienen dentro de la medina una ciudad fortificada, y Marrakech no es una excepción. El motivo que justificaba la existencia de esta fortaleza era el de salvaguardar el palacio donde se hospedaban los reyes. Al sur de la medina nos encontramos con esta fortificación, que se remonta al siglo XII, a la etapa almohade. Un siglo más tarde fue abandonada parcialmente, pero en el siglo XVI se convirtió en la residencia de los reyes saadíes.
De esta amurallada ciudad dentro de la medina se conservan hoy las puertas principales de Bab Robb y Bab Agnab. Esta última es la más bella, estaba destinada al gran público y tenía una función fundamentalmente decorativa. Fue obra de Yaquib al-Mansur. Una inscripción coránica, en caracteres cúficos, reza: "Entrad con la bendición, sosegados...". También se conserva en la actualidad su mezquita, construida entre 1185 y 1190, y que estuvo destinada a convertirse en el santuario principal de la ciudad imperial.
Palacio Al-Badii: Obra también de los saadíes, de Ahmed al-Mansur, que recuperó para la ciudad el esplendor perdido en los anteriores siglos. Hoy sólo se conserva parcialmente el gran conjunto edificado entre 1578 y 1594. Rica cerámica, seda, oro, mármol de Carrara... para su construcción no faltaron los mejores materiales. Descansa aquí el cuerpo de Al-Mansur, en una de sus salas, ejemplo de la filigrana de estos artistas en su trabajo artístico sobre cualquier material.
Jardines de Menara: A la caída de la tarde, entre las muchas opciones que nos ofrece Marrakech una será viajar en calesa hasta este pabellón de recreo, rodeado por un grandioso olivar, junto a uno de los grandes estanques, depósitos de agua de la ciudad. Agua que baja del Atlas y que conduce a este estanque desde el siglo XII.