MADRID, 20 Mar. (CHANCE) -
Que la infanta Cristina es una madraza no es ninguna novedad. La hermana de Felipe VI compagina a la perfección su vida en Ginebra y sus compromisos profesionales con su vida personal, y siempre que su agenda se lo permite viaja a Barcelona para ver a su hijo Pablo Urdangarín.
Con Miguel de regreso en casa tras finalizar sus estudios de Ciencias del Mar en Inglaterra, Irene en Camboya haciendo un voluntariado desde hace varios meses, y Juan trabajando en Londres para una de las empresas de Alejandro Agag dedicado al incentivo del uso de coches eléctricos, la hija del Rey Juan Carlos ha intensificado sus visitas a nuestro país -donde también tiene compromisos laborales- y se ha convertido en algo habitual verla en las gradas en los partidos de Pablo con el Fraikin BM Granollers de Balonmano.
El último, disputado hace unos días contra el Abanca Ademar León, nos ha dejado ver además la faceta más vulnerable y sensible del joven, y la más maternal de doña Cristina, que presenció el encuentro con la novia de su hijo, Johanna Zott. 'Suegra' y 'nuera' mantienen una maravillosa relación que ha quedado de nuevo patente con las risas, confidencias y gestos cercanos que derrocharon durante toda la jornada.
Un partido en el que Pablo se dejó la piel pero que terminó con un empate, provocando que el sobrino de Felipe VI se rompiese y fuese incapaz de contener las lágrimas después del pitido final, cuando se acercó a charlar con su madre y con su novia.
Una escena inesperada de la que fueron testigos las cámaras de Europa Press, y en la que la infanta Cristina demostró su lado más cariñoso y cercano con su segundo hijo, al que intentó consolar en presencia de Johanna sin demasiado éxito, con miradas y caricias que reflejan lo unida que está a Pablo, cabizbajo y muy serio a pesar de los esfuerzos de su madre.
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