MADRID, 17 Mar. (EUROPA PRESS) -
Gran parte de la emisión actual de gases nocivos para el ozono probablemente proviene de la espuma de aislamiento de edificios, refrigeradores y sistemas de enfriamiento que se fabricaron antes de la eliminación global de CFC y que siguen filtrando gases a la atmósfera.
En 2016, científicos del MIT ( Instituto Tecnológico de Massachusetts ) y de otros lugares observaron los primeros signos de curación en la capa de ozono antártico. Este hito medioambiental fue el resultado de décadas de esfuerzos concertados de casi todos los países del mundo, que firmaron colectivamente el Protocolo de Montreal.
Estos países se comprometieron a proteger la capa de ozono mediante la eliminación gradual de la producción de clorofluorocarbonos que agotan el ozono, que también son potentes gases de efecto invernadero.
Mientras la capa de ozono se encuentra en un camino de recuperación, los científicos del MIT han encontrado emisiones inesperadamente altas de CFC-11 y CFC-12, lo que aumenta la posibilidad de producción de los productos químicos prohibidos que podrían violar el histórico tratado mundial.
Las emisiones de CFC-11 incluso mostraron un aumento alrededor de 2013, que se ha rastreado principalmente a una fuente en el este de China. Nuevos datos sugieren que China ahora ha dominado la producción ilegal de la sustancia química, pero las emisiones de CFC-11 y 12 aún son mayores de lo esperado.
Según publican en la revista 'Nature Communications', resulta que hay 'bancos' de gran tamaño de CFC-11 y CFC-12 que filtran lentamente estos químicos a concentraciones que, si no se controlan, retrasarían la recuperación del agujero de ozono en seis años y lanzarían a la atmósfera el equivalente a 9.000 millones de toneladas métricas de dióxido de carbono, una cantidad que es similar a la actual promesa de la Unión Europea en el marco del Acuerdo de París de las Naciones Unidas para reducir el cambio climático.
"Dondequiera que residan estos bancos de CFC, deberíamos considerar recuperarlos y destruirlos de la manera más responsable posible", alerta Susan Solomon, profesora de Estudios Ambientales Lee y Geraldine Martin en el MIT, coautora del estudio.
"Algunos bancos son más fáciles de destruir que otros --reconoce en un comunicado--. Por ejemplo, antes de derribar un edificio, se pueden tomar medidas cuidadosas para recuperar la espuma de aislamiento y enterrarla en un vertedero, ayudando a que la capa de ozono se recupere más rápido y tal vez despegando un trozo de el calentamiento global como un regalo para el planeta".
El equipo también identificó una fuente inesperada y considerable de otro químico que destruye el ozono, CFC-113, que se usaba tradicionalmente como solvente de limpieza, y su producción estaba prohibida, excepto para un uso particular, como materia prima para la fabricación de otras sustancias químicas. Se pensó que las plantas químicas usarían el CFC-113 sin permitir muchas fugas, por lo que se permitió que el uso del químico como materia prima continuara.
Sin embargo, los investigadores descubrieron que se está emitiendo CFC-113 a la atmósfera, a una tasa de 7.000 millones de gramos por año, casi tan grande como el pico en CFC-11, que ascendió a unos 10.000 millones de gramos por año.
"Hace unos años, el mundo se molestó por más de 10 gigagramos de CFC-11 que no se suponía que debía estar allí, y ahora estamos viendo 7 gigagramos de CFC-113 que no se supone que debería estar allí --señala la autora principal del estudio y estudiante graduada del MIT Megan Lickley--. Los dos gases son similares en términos de agotamiento del ozono y potencial de calentamiento global. Por lo tanto, este es un problema importante".
Los nuevos resultados se basan en un análisis desarrollado por el equipo que combina dos métodos comunes para estimar el tamaño de los bancos de CFC en todo el mundo. El equipo combinó lo mejor de ambos métodos en un enfoque híbrido que calcula el tamaño global de los bancos de CFC en función de los datos atmosféricos y los informes a nivel nacional e industrial de la producción y ventas de CFC en diversos usos.
"También permitimos que haya algunas incertidumbres, porque podría haber informes de errores de diferentes países, lo que no sería sorprendente en absoluto --explica Solomon--. Entonces es una cuantificación mucho mejor del tamaño del banco".
"Realmente parece que, aparte de la cantidad adicional que se produce en China que parece haberse detenido ahora, el resto de lo que estamos viendo no es un misterio: es solo lo que está saliendo de los bancos. Esas son buenas noticias --celebra Solomon--. Significa que no parece haber más trampas. Si es así, es muy pequeño".
A continuación se plantearon qué pasaría si se destruyeran todos esos bancos. Para responder a eso, el equipo exploró varios escenarios de políticas teóricas y su efecto potencial sobre las emisiones producidas por los bancos de CFC.
Un escenario de "oportunidad perdida" considera lo que habría sucedido si todos los bancos hubieran sido destruidos en 2000, el año en que muchos países desarrollados acordaron eliminar la producción de CFC. En ese caso la medida habría ahorrado el equivalente a 25.000 millones de toneladas métricas de dióxido de carbono entre 2000 y 2020, y ahora no habría emisiones de CFC persistentes de estos bancos.
Un segundo escenario predecía las emisiones de CFC en la atmósfera si todos los bancos se recuperan y destruyen en 2020. Este escenario ahorraría el equivalente a 9.000 millones de toneladas métricas de dióxido de carbono emitidas a la atmósfera. Si estos bancos fueran destruidos hoy, también ayudaría a la capa de ozono a recuperarse seis años más rápido.
"Perdimos una oportunidad en 2000, lo cual es realmente triste --alerta--. Así que no nos lo perdamos de nuevo".