Fragmentos de cerebro de un individuo enterrado en un cementerio victoriano (Bristol, Reino Unido), hace unos 200 años. - ALEXANDRA L. MORTON-HAYWARD.
MADRID, 20 Mar. (EUROPA PRESS) -
Un nuevo estudio de la Universidad de Oxford ha cuestionado las opiniones previamente sostenidas de que la preservación del cerebro en el registro arqueológico es extremadamente rara.
El equipo llevó a cabo el estudio más grande hasta la fecha de la literatura arqueológica global sobre cerebros humanos preservados para compilar un archivo que supera 20 veces el número de cerebros compilados previamente. Los hallazgos se publican en Proceedings of the Royal Society B.
La preservación de tejidos blandos en el registro geológico es relativamente rara y, excepto cuando una intervención deliberada detiene el proceso de descomposición (por ejemplo, durante el embalsamamiento o la congelación), la supervivencia de órganos enteros es particularmente inusual. La preservación espontánea del cerebro en ausencia de otros tejidos blandos (es decir, la supervivencia del cerebro entre restos esqueletizados) se ha considerado históricamente como un fenómeno "único en su tipo". Esta nueva investigación revela, sin embargo, que los tejidos nerviosos en realidad persisten en cantidades mucho mayores de lo que tradicionalmente se pensaba, con la ayuda de condiciones que previenen la descomposición.
El estudio, dirigido por la investigadora de posgrado Alexandra Morton-Hayward, del Departamento de Ciencias de la Tierra en Oxford, reúne los registros de más de 4.000 cerebros humanos conservados de más de doscientas fuentes, en seis continentes (excluida la Antártida) y en más de diez idiomas. Muchos de estos cerebros tenían hasta 12.000 años y se encontraron en registros que datan de mediados del siglo XVII. Estos tejidos encogidos y descoloridos se encontraron conservados en todo tipo de personas: desde la realeza egipcia y coreana, pasando por monjes británicos y daneses, hasta exploradores del Ártico y víctimas de la guerra.
Recorriendo la literatura y sondeando a historiadores de todo el mundo, esta investigación concertada encontró una desconcertante variedad de sitios arqueológicos que contenían cerebros humanos antiguos, incluidas las orillas de un lago en la Suecia de la Edad de Piedra, las profundidades de una mina de sal iraní alrededor del año 500 a.C. y las cumbres de volcanes de los Andes en el apogeo del Imperio Inca.
Cada cerebro de la base de datos se comparó con datos climáticos históricos de la misma zona, para explorar tendencias sobre cuándo y dónde se encontraron. Los análisis revelaron patrones en las condiciones ambientales asociados con diferentes modos de conservación a lo largo del tiempo, incluida la deshidratación, la congelación, la saponificación (la transformación de grasas en "cera de tumba") y el curtido (generalmente con turba, para formar cuerpos de pantano).
La coautora, la profesora Erin Saupe, Departamento de Ciencias de la Tierra de la Universidad de Oxford, dijo en un comunicado: "Este registro de cerebros antiguos pone de relieve la variedad de entornos en los que pueden conservarse, desde el alto Ártico hasta los desiertos áridos".
Más de 1.300 cerebros humanos fueron los únicos tejidos blandos conservados, lo que generó preguntas sobre por qué el cerebro puede persistir cuando otros órganos mueren. Curiosamente, estos cerebros también representan los más antiguos del archivo, y varios datan de la última Edad del Hielo.
El mecanismo de conservación de estos cerebros más antiguos sigue siendo desconocido; sin embargo, el equipo de investigación sugiere que la reticulación molecular y la complejación de metales (proteínas y lípidos que se fusionan en presencia de elementos como el hierro o el cobre) son mecanismos factibles mediante los cuales los tejidos nerviosos podrían conservarse durante largos períodos de tiempo.