Crítica de Annabelle vuelve a casa: Noche en el museo de los Warren

Crítica de Annabelle vuelve a casa: Noche en el museo de los Warren
Crítica de Annabelle vuelve a casa: Noche en el museo de los Warren - WARNER BROS. - Archivo

   MADRID, 12 Jul. (EUROPA PRESS - Israel Arias) -

   La saga The Conjuring, la franquicia de terror más exitosa de las últimas décadas, sigue expandiéndose. Y esta vez lo hace, curiosamente, enclaustrando su nueva entrega, Annabelle vuelve a casa, en el "hogar dulce hogar" de Lorraine y Ed Warren, el matrimonio sobre el que pivota todo este universo que, de nuevo interpretados por Vera Farmiga y Patrick Wilson, tiene una agradecida pero meramente testimonial presencia en este simplón y entretenidísimo carrusel de sustos y respingos en el que es su hija, Judy (Mckenna Grace) la que toma el testigo dejando constancia que la joven Warren ha hereado el don, o maldición, de su madre.

   "¿Dónde mejor que en casa?". Debió pensar la lengendaria pareja de cazadores de espíritus malignos cuando tuvo que decidir el lugar idóneo para confinar el arsenal de objetos endemoniados que habían ido coleccionando en su diferentes exorcismos e investigaciones de lo paranormal. Este 'Museo de los Horrores de los Warren', que ya enseñó la patita en otros capítulos de la saga, era un caramelo demasiado dulzón para que James Wan, arquitecto del serial, lo dejara pasar. Así que, tras un interesante prólogo, basta un fin de semana sin supervisión de los demonólogos para que -imprudencia adolescente mediante- la dichosa Annabelle, la joya de la tétrica expo, haga su magia y empiece la fiesta.

   Una fiesta previsible, básica y en ocasiones sin mucho sentido... pero fiesta a fin de cuentas por la que Gary Dauberman, guionista de la franquicia que da el salto a la dirección en esta película, hace desfilar un nutrido elenco de criaturas que, con más o menos fortuna, intentan aprovechar su minuto de gloria para ganarse su spin-off tal y como hizo su inmutable 'jefa' de porcelana que ahora ya cuenta -como Batman y como El Padrino, o también como Solo en casa o Noche en el Museo, a las que homenajea de forma, intuimos, que involuntaria- con trilogía propia.

   Y, pese a estar muy lejos del nivel alcanzado en las dos películas que forman la saga troncal, el tercer filme de la muñeca endiablada sí supera -puede que lo logre ya tan solo al ser plenamente consciente de su intrascendencia- a los dos últimos productos del sobrexplotado Warrenverso: La monja (2018) y La Llorona (2019). Y es que, Annabelle vuelve a casa no es más, ni busca serlo, que un 'tren de la bruja' de poco más de hora y media que se entrega sin complejos a su lúdico y palomitero objetivo: ser otra olvidable película de terror estadounidense en la que pararse a pensar un poco es perder el tiempo... y algún buen susto.