MADRID, 3 Jun. (EUROPA PRESS - Adrián de Miguel) -
Llega a los cines Warcraft: El origen, la adaptación cinematográfica del gigantesco mundo creado por Blizzard hace ya la friolera de 22 años. Como norma general la adaptación de videojuegos a la gran pantalla se ha solventado con nefastos resultados. Tradición que, la cinta dirigida por Duncan Jones no sigue a pies juntillas ofreciendo dos horas de entretenimiento aceptable, pero francamente mejorable.
Y más allá de maldiciones y nefastas tradiciones, lo cierto es que llevar un universo de la complejidad del de Warcraft a la gran pantalla no era un reto menor. Hablamos de una saga longeva -el primer juego de Warcraft data de 1994 y fue uno de los primeros de su género- y muy valorada por los 'jugones'. Un mundo que mezcla el rol clásico con la fórmula de 'elige tu propia aventura' y al que día tras día asisten asiduos cientos de miles de visitantes virtuales, cada uno con su nombre, apellidos... y raza.
Y pese a que la película cuenta con dos horas de duración, es tal la mitología que rodea al mundo de Azeroth que, siendo sinceros, la cinta de Duncan Jones (Moon, Código fuente) se queda muy, muy corta. Los fans del videojuego notarán un dulce sabor en la boca al poder visitar por primera vez en la gran pantalla lugares como el Portal Oscuro o Ventormenta. Pero para los neófitos, la película se hace demasiado enrevesada en su desarrollo.
Demasiados personajes, nombres, lugares y subtramas que no llegan a cuajar y lo único que hacen es restar tiempo al que de otra forma habría sido un enfrentamiento descarnado y épico. Y ese, precisamente, es el otro gran problema de la película: ¿Dónde esta la guerra? ¿Dónde esta la 'War' de éste Warcraft?
Porque tristemente la sensación que queda en el espectador tras el primer visionado es que Jones ha intentado hacer un Señor de los Anillos pero se ha quedado al nivel de telefilmes como La leyenda de Terramar. Y lo peor es que tenía todos los ingredientes y los medios técnicos para hacerlo bien, pero no ha sabido gestionarlos adecuadamente.
La inmensa cantidad de caracteres presentes en la película se vuelve un arma de doble filo para un director que, si bien fue capaz de crear una compleja trama de ciencia ficción con tan sólo un actor y un decorado (Moon), no ha logrado indagar en el conflicto interno de sus nuevos personajes.
¿Por lo demás? Demasiados giros de guión innecesarios. Demasiadas elipsis temporales de una secuencia a otra, demasiados nombres de personajes, demasiados personajes sin nombre y sobre todo, demasiado CGI y Motion Capture.
Porque lo que hace de Warcraft un mundo único es su capacidad para juntar razas de la fantasía clásica (orcos, trolls, elfos...) con todo tipo de criaturas de diferentes culturas (elementales, draeneis, demonios e incluso pandas que hacen kung-fu) en un mismo mundo inmenso, único y compartido. Y en la película, ni siquiera los actores comparten credibilidad.
Por suerte, como su propio nombre indica, esto es sólo El origen. El principio de una saga que (esperemos) remonte el vuelo y sea digna tanto de su género como de su nombre.