MADRID, 7 Feb. (EUROPA PRESS - Israel Arias) -
El estreno de una película protagonizada por personajes salidos del mundo del cómic, ya sea en grupo o en solitario, ha dejado de ser, incluso para los amantes de las grapas, un evento cinematográfico para convertirse en una cita rutinaria. Y el problema no es solo que el público haya visto ya a héroes, antieroes y villanos desplegando todo tipo de habilidades en todo tipo de situaciones relatadas desde todo tipo de aproximaciones. El verdadero problema es que, además, lo han hecho hace muy, muy poco.
De esta rutina, incipiente por aquel entonces, logró desmarcarse Harley Quinn en Escuadrón suicida (2016). El personaje de Margot Robbie fue el único hallazgo relevante que dejó aquella fallida reunión de villanos de DC que también será recordada por el guarrazo que se pegó el Joker del mediático, estridente e hipermotivado Jared Leto.
De él, y de su sonoro fiasco, se libera totalmente Quinn en Aves de presa. Así, y si bien las referencias al personaje de Leto son inevitables, especialmente en un arranque en el que Harley intenta superar -muy a su manera, claro- la ruptura, el filme se las ingenia para no mostrar nunca el rostro del, aún indignado tras su 'cese' como Joker, Leto. Un descarado objetivo, el de ignorar al vocalista de 30 Seconds to Mars, que la nueva película del Universo DC consigue pese a que llega incluso a usar planos de Escuadrón suicida en una de las DOS ocasiones en las que omnipresente voz en off de Robbie rememora los psicóticos orígenes de su personaje.
Despachado el Joker de Leto, con bastante saña por cierto, bajo la máxima de que 'no hay mayor desprecio que no hacer aprecio', la díscola Harley vuela sola liberada de una relación nociva y dispuesta a olvidar para siempre su condición de comparsa del Príncipe Payaso del Crimen.
En Aves de presa las mujeres marcan el ritmo no solo delante sino detrás de las cámaras: dirige la cineasta de origen chino Cathy Yan y el guión es obra de Christina Hodson, autora del libreto de Bumblebee y que también trabaja en las películas de The Flash y Batgirl. Un guión que, en consonancia con el celebrado estado mental de absoluta y desenfadada anarquía de su protagonista, renuncia a construir cualquier andamiaje argumental que sostenga de forma lineal o más o menos coherente la colección de coloridas y potentes 'set pieces' que van hilando la película.
Esas musculosas, y muy numerosas, secuencias de acción y su gusto por el mamporro estéticamente impecable a cámara lenta -por ahí estuvo ayudando Chad Stahelski, director de la magnífica saga John Wick- son el gran atractivo de un filme con muchos altibajos y que, además de con una absolutamente genial Robbie, también cuenta con un Ewan McGregor de lo más disfrutón metido en la piel de un villano sádico, sibarita y megalómano y con una atinadísima y atronadora selección musical que adereza las histéricas idas y venidas de Harley Quinn en los liberadores días que definen su nueva vida.
Y, entre cabriolas y colorinchis, el mensaje de empoderamiento femenino está siempre ahí, subrayado desde el interminable subtítulo hasta la última de sus ensaladas de mamporros, gracietas y purpurina que saturan este vertiginoso correcalles de estética circense. Una aventura que, a pesar de suponer una muy sensible mejora respecto a Escuadrón suicida, se atasca en no pocas ocasiones y deja una sensación de tibieza, como si todo pudiera haber sido más desquiciado y más gore para patear en la entrepierna, de forma verdaderamente contundente y de un único y doloroso golpe, a la masculinidad tóxica y a la rutina superheróica.