MADRID, 24 Mar. (EUROPA PRESS - Israel Arias) -
Un bar de mala muerte -literalmente- del centro de Madrid es el microcosmos elegido por Álex de la Iglesia para presentar su nueva disección cinematográfica sobre las más variopintas miserias humanas.
Valiéndose de los estereotipos de los que tanto gusta su realismo hipertrofiado -un hipster empantallado, un mendigo borracho, una pija remilgada, una ama de casa ludópata, un policía acabado, un comercial divorciado, un camarero voluntarioso y pusilánime y una dueña cínica y resabiada-, De la Iglesia va desgranando, con el miedo primero como detonante y después como elemento azuzador, un completísimo catálogo de las más execrables bajezas de nuestra condición.
Cuando una misteriosa amenaza exterior encierra a estos ocho especímenes dentro del local, entre lo chabacano, lo cutre y la ponzoña una de esas 'virtudes' que les adornan se erigirá para reinar sobre el resto: el egoísmo. Ese virus contra el que no hay vacuna se propagará entre los parroquianos con la misma rapidez que se reproducen las bacterias y parásitos que a buen seguro se acumulan en las esquinas de la cochambrosa barra de El Amparo y que De la Iglesia -el que avisa no es traidor- ya ha mostrado en los títulos de crédito.
Sálvese quien pueda... o, más bien, quien tenga estómago suficiente para ir más lejos y sea más mezquino. Este será el grito de guerra en un castizo juego de eliminación planteado de forma perversa, inteligente y divertida por De la Iglesia y su habitual compinche, Jorge Guerricaechevarría.
Pero en su afán por ir a más en el terreno en el que se siente más cómodo, y en el que más y mejor ha brillado su cine, el de lo grotesco y lo excesivo, De la Iglesia rompe demasiado pronto la baraja para llevarse su mordaz esperpento de tasca hacia otros lugares en los que pierde el brío y la agilidad de su vigorosa y eficaz primera mitad. El segundo plato que sirve el menú del día de este bar sigue estando cocinado con empeño y mucha mala baba, pero en su afán por llenar el plato a rebosar... hace aguas. Fecales, eso sí, como requería la ocasión.