MADRID, 12 Sep. (EUROPA PRESS- Israel Arias)
Rodada durante doce años en cortos lapsos de tiempo (menos de 40 días de filmación en total), Boyhood es una valiente propuesta cinematográfica que ofrece al espectador una experiencia única y, por qué no decirlo, imprescindible. Un abrumador milagro cinematográfico alumbrado por Richard Linklater.
Sin presentaciones ni preámbulos, Boyhood (Momentos de una vida) nos mete de lleno en la vida de Manson (Ellar Coltrane), un niño de 6 años cuyos pasos seguiremos en su camino del parvulario a la universidad a través del inquieto y osado ojo de Linklater. Junto a él cambiaremos los pósters de Goku del cuarto que comparte con su hermana mayor (Lorelei Linklater, hija del director) por las fotos en blanco y negro en las que Manson encontrará su forma de expresión en su adolescencia.
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Y en ese viaje, en la forja de su personalidad, por el camino quedarán algunos amigos, varias mudanzas, una madre (Patricia Arquette) que intenta reconstruir su familia rota y llegar a fin de mes, un padre intermitente (Ethan Hawke), el primer amor, la primera cerveza, el baile de graduación, el primer beso, el viaje a la universidad... los retazos que componen los primeros pasos de una vida.
DOS HORAS Y MEDIA DE VIDA
Durante casi dos horas y media asistimos a un carrusel de pequeños momentos en la niñez y adolescencia de Manson que arman una conmovedora e intensa película que es ya un gran hito en la historia del cine. Y lo hacemos zambullidos de lleno en su historia, sumergidos por completo en la existencia de Manson, sin tiempo -ni necesidad- de salir fuera para tomar una bocanada de aire.
Esa tremenda sensación de inmersión y la implicación emocional que logra Linklater se sustenta, además de en el buen trabajo de todo el elenco y en la sólida y eficaz estructura que arma el director -tiempo tuvo para pensarlo-, en la sobredosis de realidad a la que Boyhood nos somete. Una consecuencia buscada -y conseguida- del atípico y, hay que insistir en este punto, valiente modus operandi con el que concibió y ejecutó el proyecto.
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"No teníamos dinero, pero si teníamos tiempo para pensar (...) Solo necesitábamos mucha paciencia", confiesa Linklater. La tuvo, arriesgó y ganó. Su temeraria apuesta a 12 años vista cuenta ya con categoría de proeza cinematográfica y quién sabe si de película del año.
Sea como fuere, y diga lo que diga su palmarés y la taquilla, Boyhood es un canto al poder de la infancia y al milagro de lo cotidiano que será recordado. Por mucho tiempo que pase.