MADRID, 13 Ene. (EUROPA PRESS - Israel Arias) -
Tirando de frase hecha, es posible afirmar con total rotundidad que La La Land, rebautizada en su estreno en España como La Ciudad de las Estrellas, es una carta de amor al cine y a la música. Y si bien es cierto que en este caso la magnífica cinta de Damien Chazelle torna el tópico en certeza irrefutable, no es menos cierto que el filme protagonizado por Emma Stone y Ryan Gosling, que acaba de hacer historia en los Globos de Oro, es mucho más que eso.
Para empezar, La La Land es la confirmación de lo que ya intuimos en la absorbente y fatigante Whiplash: que Chazelle es director con un talento y sensibilidad especial para filmar la música no visto en décadas. Un cineasta capaz de crear historias no solo con ella sino a partir de ella, de elevarla desde su ahora habitual condición cinematográfica de mero accesorio y colocarla en el epicentro de un espectáculo portentoso: dos formidables horas de cine, sueños, nostalgia y música, mucha música con el jazz como tótem supremo, en las que va de lo grande a lo pequeño, de lo enérgico a lo melancólico, en un 'diminuendo' que viaja del desenfrenado y multitudinario arranque de 'Another Day of Sun' hasta ese intimista y emotivo Epílogo con el que pone la guinda a un deslenlace brillante, y más valiente de lo esperado, después de mostrarnos que todo es bonito en La La Land... pero no todo tiene por qué ser feliz.
Además, La La Land confirma, si todavía había alguna duda, que Emma Stone y Ryan Gosling -que tiene pinta de que se tomará la revancha tras aquella nominación que le escamotearon hace unos años por Drive- son los novios de la nueva América (sí, esa que también es la de Trump aunque a ellos y al sentido común les duela) hacedores en la que es su tercera película juntos tras la simpática Crazy, Stupid, Love y la fallida Ganster Squad, de una química deliciosa.
Composiciones, colores, interpretaciones, números musicales, fotografía... e incluso clichés. Todo está medido para que la sinfonía cinematográfica sea perfecta, para que suene a algo lejanamente familiar, a algo añorado, y así las emociones viajen certeras, casi a tiro hecho, desde la pantalla hasta la butaca.
El viaje a La ciudad de las estrellas, que a pesar de tratarse de un material totalmente original, tiene constantemente aroma de retorno, llega además en el momento justo, en unos años en los que la nostalgia es uno de los grandes y más efectivos reclamos de la industria. Y aquí funciona... y todo lo demás también. Solo hay que bajar un poco la guardia, esa dichosa vocecita que nos recuerda que 'eso solo pasa en las películas', para que Chazelle nos tenga justo donde quería: fascinados y atrapados en La La Land. Y sin querer salir de allí.