Crítica de Dallas Buyers Club: La catarsis de Matthew McConaughey

 Dallas Buyers Club
Dallas Buyers Club - VÉRTIGO
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Actualizado: viernes, 14 marzo 2014 16:44

MADRID, 14 Mar. (EUROPA PRESS - Israel Arias)

   Con sus tres Oscars bajo el brazo para presumir en marquesinas y titulares, al fin llega a los cines Dallas Buyers Club, lo último del canadiense Jean-Marc Vallée protagonizado por un enorme Matthew McConaughey.

   Él es el encargado de dar vida a Ron Woodroof, electricista y cowboy de Texas 'todoadicto', mujeriego, homófobo y ruin. Una 'joyita' con sombrero vaquero, bigote y pésimos hábitos cuya vida cambia radicalmente cuando le comunican que está enfermo de SIDA. Su mundo no solo se vuelve patas arriba, sino que le da la espalda. Está solo, marcado y los médicos le dan 30 días de vida.

   Pero Ron, cabezón como pocos, no está dispuesto a darse por vencido y comenzará una cruzada contra doctores, farmacéuticas y autoridades sanitarias para conseguir medicamentos prohibidos en EE.UU., pero legales en otros países, que le permitan aferrarse durante más tiempo a la vida.

MÁS ALLÁ DEL MORBO

   Esta batalla contra todo y contra todos es la espina dorsal de Dallas Buyers Club, una película sobre un tema tan trillado como la enfermedad, pero que supera la barrera de eso que conocemos como "interés humano" -el eufemismo más aceptado al hablar de morbo puro y duro- para presentarnos el SIDA como reto, para ahondar en el valor catártico de la enfermedad.

   La de Dallas Buyers Club es una historia de "narcotráfico" (entre comillas), de superación, de tenacidad y, sobre todo, de cómo la desgracia puede hacerte mejor, tal como ocurrió con Ron Woodroof, un personaje real que pasó de ser un crápula patético a encabezar una revolución en defensa de los derechos de los enfermos de SIDA. De sus derechos.

   Tampoco nos engañemos, su intención no era otra que sobrevivir y hacer dinero pero en esta, como en tantas ocasiones, lo que comenzó como un gran negocio desembocó en algo bueno.

EL GALÁN REINVENTADO

   Algo muy parecido podríamos decir de la carrera de McConaughey. Alejado ya de aquellas olvidables pero rentables comedias románticas que fueron el pilar fundamental de su carrera durante años, el de Texas lleva ya algún tiempo afinando el tiro.

   Empeñado ahora en reinventarse y demostrar su valía, McConaughey elige mejor donde se mete, lo que le ha permitido firmar interpretaciones notables en títulos como Killer Joe (William Friedkin), Mud (Jeff Nichols) True Detective, la serie de moda, o su breve pero inolvidable aparición en El lobo de Wall Street.

   En la de Scorsese le bastaron apenas dos minutos para explicarle a Leonardo DiCaprio cómo funciona la gran mentira de la bolsa. Tuvo que adelgazar veintitantos kilos y consumar la mejor interpretación de su carrera con una intensidad y vigor en él inéditos para arrancar el Oscar de las garras del Lobo.

   También orgulloso puede sacarle brillo a su estatuilla Jared Leto, perfecto en su papel de Rayon, un transexual también enfermo de SIDA que se convertirá en el estiloso y contestón Sancho Panza del Quijote McConaughey. Una extraña pareja empeñada en sobrevivir que luchará contra sus propios molinos de viento: farmacéuticas y agencias estatales.

   Jennifer Garner es la tercera, y más anodina, pata del banco en el que descansa una historia contada de forma eficaz y por momentos virtuosa por Jean-Marc Vallée (C.R.A.Z.Y., Café de Flore). El canadiense logra esquivar el típico melodrama sin perder intensidad y emoción para ofrecernos una película que, además de dos interpretaciones sobresalientes, contiene un relato con sustancia cuyos ecos van mucho más allá de la peripecia particular del cowboy Woodroof.