MADRID, 18 May. (EUROPA PRESS - Israel Arias) -
Con un esfuerzo titánico que combina acumulación, creatividad y mala baba -el noble arte de la autoparodia llega a un nuevo nivel en su imprescindible escena postcréditos- Deadpool 2 consigue sortear su gran hándicap: la ausencia del efecto sorpresa que convirtió su debut en todo un hallazgo dentro del saturado panorama superheróico. La segunda entrega de la saga que Ryan Reynolds ha convertido en su empeño personal supera ese obstáculo, y también su más preocupante coqueteo con el trillado lado oscuro y atormentado de los 'súperprotas', para ofrecer una digna y, sobre todo, muy divertida continuación de las aventuras del miembro más indomable de la Patrulla X.
En su versión cinematográfica las armas del personaje creado por el artista Rob Liefeld y el escritor Fabian Nicieza siguen siendo las mismas que le hicieron ganarse el 'cariño' de los fans de las grapas y que, a pesar de su calificación de no apta para menores -o precisamente gracias a ella- lo convirtieron en el filme más taquillero de todo el universo mutante que, todavía, produce FOX, y la película para adultos más exitosa de la historia. Es decir: acción sangrienta, humor gamberro y autoreferencial y una trama estrictamente funcional que exhibe con orgullo una ausencia casi total de aprecio por la historia, entendida esta como bien esencial y fin último de una película.
Y es que el argumento de Deadpool 2 -su presunto arco dramático con crisis existencial y posterior redención- solo es bueno o malo en la medida en la que sirve o no para dar a Ryan Reynolds y compañía una mínima cobertura a la hora de tirotear, desmembrar y aniquilar todo lo que se cruza en su camino mientras suena algún temazo con olor a naftalina, sueltan su arsenal de tacos y se ríen de los clichés de un género del que se saben apócrifa parte.
En lo primero, en lo de matar esbirros en plan guay y exhibir molones poderes mutantes, la presencia de nuevos personajes -con el imponente Cable de Josh Brolin a la cabeza- y el talento para estos trances de David Leitch (director de Atómica o John Wick) inyectan a Deadpool una energía extra que esta secuela agradece. Y mucho.
En lo segundo, en las referencias pop, los excesos verbales, las cancioncitas ochenteras recurrentes y el constante jugueteo con los X-Men 'serios', sí se notan ligeros síntomas de repetición, que todavía no agotamiento, en el aún así muy resultón y poco novedoso guión que vuelven a firmar, esta vez junto a Reynolds, Rhett Reese y Paul Wernick.
Pero pese a la pérdida de aquella fascinación ante lo indómito y desconocido que ya se cobró la primera Deadpool, esta secuela sigue siendo una eficaz comedia de superhéroes que, con su constante bombardeo de chascarrillos postadolescentes y cameos -uno especialmente épico- y su falta de complejos, consigue disimular su trillado y débil esqueleto argumental. Incluso en un tramo del filme, que se hace eterno, Wade Wilson parece tentado a abrazar esos lugares comunes del cine de superhéroes de los que hace mofa y befa. Pero afortunadamente solo es un bajón, y Deadpool remonta el vuelo -ligero como debe y necesita ser- para volver a la apología del absurdo y la payasada autoconsciente facturando así otro producto notable en ese noble arte de entretener sin necesidad de trascender. Que ya hay mucho 'súpertal' deprimido y amargado por ahí...