MADRID, 28 Oct. (EUROPA PRESS - Israel Arias) -
Stephen Strange. Este es el nombre de la nueva estrella del universo Marvel que irrumpe en este serial cinematográfico para exhibir un alucinógeno y surrealista despliegue de creatividad e imaginación visual sin precedentes. Lo hace en Doctor Strange, una sólida primera aventura que sirve, además de carta de presentación, para sentar algunas de las bases de la necesaria transición que el universo Marvel encara en sus próximas películas y que le moverá desde el lado más mundano de los Vengadores -llevado a su extremo en la Civil War- hasta su dimensión más mística y galáctica, la que tomará más protagonismo desde ahora y hasta el esperado enfrentamiento con Thanos en Infinity War.
Y es que la historia de Doctor Strange no es solo la presentación de un nuevo héroe encarnado por un casi perfecto -y algo 'sherlockizado'- Benedict Cumberbatch. Es, además, un cursillo acelerado de algunos conceptos con los que los fans de los cómics ya están familiarizados, pero que todavía resultan extraños para el gran público y que son necesarios para armar el futuro de la megafranquicia.
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Pero más allá de la vital importancia de la película en el entramado cinemático de Marvel, Doctor Strange es un festín para los sentidos. Lo que propone Scott Derrickson es mucho más que psicodelia e imágenes caleidoscópicas aderezadas con la música de un Michael Giacchino en plan Pink Floyd. Su apuesta es usar los efectos digitales para crear, no para destruir, algo aparentemente tan sencillo, pero tan inusual, que convierte la película en una 'rara avis' en este tipo de cine.
Exuberantes y creativas secuencias de acción que, más allá del parecido puntual y evidente con la arquitectura de los sueños de Nolan en Inception, insuflan necesaria savia nueva al cine de superhéoes.
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Además, la cinta mística de Marvel también esconde apreciables y atrevidas singularidades en su historia. No en su planteamiento ni estructura argumental -que responden al clásico patrón de presentación del héroe- pero sí en algunos momentos de su desarrollo y, especialmente, en la resolución de su tercer acto.
Un clímax presentado como otro de esos trillados enfrentamientos con el villano colosal de turno abocados a las secuencias de destrucción masiva que Doctor Extraño resuelve de forma ingeniosa con artimañas de prestidigitador y precisión de cirujano.