MADRID, 14 Ago. (EUROPA PRESS - Israel Arias) -
Rick Dalton, un actor en horas bajas al que da vida un colosal Leonardo DiCaprio, y su inseparable amigo, asistente y doble en las escenas de acción, Cliff Blooth, encarnado por un también excelente y extremadamente viril Brad Pitt, son los protagonistas de Érase una vez en... Hollywood, uno de los eventos cinematográficos del año o, lo que es lo mismo, la nueva película de Quentin Tarantino.
En su novena y, amenaza el de Tennessee, penúltima cinta, el director mira con cariño y nostalgia hacia atrás, a la ciudad en la que creció de niño y a esas películas, series e iconos que le hicieron enamorarse del cine, para armar un juego de espejos y duplicidades entre realidad y ficción. Un juego que, partiendo del especial vínculo que une a su carismática pareja protagonista y tomando como telón de fondo los atroces crímenes de la familia Manson -los asesinatos que en agosto de 1969 marcaron el fin de la inocencia hippie y sacudieron bruscamente la brillantina de un Hollywood que nunca llegó a recuperarse del todo-, Tarantino lleva hasta sus últimas y gozosamente rocambolescas consecuencias.
De ese cine dentro del cine, que Tarantino dibuja entre palpitantes carteles de neón y temazos de radio que resuenan dentro del coche, de una industria en constante cambio en la que Rick y Cliff son desfasados caballeros andantes, Bruce Lee es un engreído y la Shanon Tate de Margot Robbie una presencia absolutamente celestial, manan un buen puñado de brillantísimas secuencias que son desde ya parte esencial del corpus cinematográfico del director.
Algunas lo son por su pura altura interpretativa, otras por su excelente diseño artístico y de producción e incluso, en una suerte inédita hasta ahora en la filmografía de Tarantino, las hay que destacan por su capacidad para generar una tensión propia del mejor 'slasher'. Y es que 'highlights' tiene para dar y regalar esta fábula con aroma a requiem de trama frugal y diálogos sobrios, especialmente para los niveles en los que se suele mover el verborreico director de Pulp Fiction o Los Odiosos Ocho, pero que va sobrada de memorables tributos visuales y musicales a una ciudad, a una época y a un oficio: el de hacer películas como se hacían antaño.
Y, curiosamente, a pesar de estar contenido en no pocos de sus tics, el nostálgico Tarantino de Érase una vez en... Hollywood es el más lúdico y disfrutón de toda su carrera. Un director con la caradura suficiente para -y no es la primera vez que lo hace- reescribir la historia y convertirla en un canto al cine en general, y al suyo y sus referentes en particular, en el que, con sus bribonas maneras, pone en valor el poder catártico de la ficción, entendida ésta no como sesudo trance de necesaria e impostada gravedad, sino como pagana celebración de la vida y del sueño. Tarantino esgrime, una vez más, el cine como arma, como salvaje antorcha capaz de iluminar, hasta el punto de calcinar, si fuera necesario, los rincones más macabros y oscuros. Y es que, afortunadamente, dentro del 'Universo Tarantino' es la ficción la que siempre supera a la realidad.