MADRID, 10 Ene. (EUROPA PRESS - Israel Arias) -
Dos hombres, un par de fareros interpretados por Willem Dafoe y Robert Pattinson; una única localización, un angosto islote de Nueva Inglaterra infectado de gaviotas; y una insólita apuesta visual, con un añejo ratio de pantalla de 1:19:1 y un expresionista blanco y negro. Estos son, junto al constante rumor de las olas y el desquiciante sonido que emite el propio faro, los elementos con los que Robert Eggers hace de su segundo largometraje una extraordinaria pesadilla infame, indomable y terriblemente inmersiva.
Y es que, basada libremente en un relato que Edgar Allan Poe dejó inacabado antes de morir, la nueva propuesta del director de la notable 'La bruja' es una experiencia que trasciende lo cinematográfico. Un filme claustrofóbico con capacidad para llegar incluso a afectar físicamente al espectador que -si está dispuesto a entrar y dejarse arrastrar por este siniestro y escatológico juego- puede quedar atrapado en esa fétida maraña de algas, salitre, licor, sangre y vómito hasta que su corazón lata al mismo ritmo sincopado del de esos dos hombres condenados irremediablemente a caer en picado hasta los infiernos abisales de la locura.
Este oscuro y penetrante sortilegio lo lanza Eggers a través de sus sirenas y tritones, a saber: esa atmósfera densa, espectral y fascinante que impregna de principio a fin los 110 minutos de 'El faro' y el excelente 'in crescendo' de su pareja protagonista. Pattinson nunca estuvo mejor, hasta el punto de ser capaz incluso de anotarse alguno de los constantes cara a cara que mantiene con el titánico, como casi siempre, Willem Dafoe.
Una fábula perversa y magnífica, que entre sus salvajes pulsiones y su virtuosismo formal encierra ecos de Melville y de Blackwood, de Dreyer y Bergman y del castigo eterno del mito de Prometeo. Un filme que se revuelca, gozoso como un marrano en el lodo, en su vileza y su corrosiva ambigüedad sin preocuparse para nada en atar todos los cabos sueltos que va dejando en su tormentoso y catártico descenso al abismo, que es -paradójicamente- un ascenso hacia la ansiada luz, sino en subrayar la naturaleza macabra, sucia y siniestra de esta antiheroica epopeya del farero.