El Gran Hotel Budapest, - FOX
MADRID, 21 Mar. (EUROPA PRESS -
Israel Arias)
Llega a los cines El gran hotel Budapest, la última genialidad de Wes Anderson. Una película que cuenta con una legión de estrellas, un ritmo trepidante y una elegancia y poderío visual innegables. Una delicia en casi todos los sentidos.
Basada libremente en los textos del autor austriaco Stefan Zweig, la nueva creación del particularísimo Anderson (Moonrise Kingdom, Fantástico Sr. Fox, Life Aquatic, Los Tenenbaums) arranca con una pirueta que nos lleva a profundizar en tres niveles narrativos. Un arabesco para abrir fuego que nos zambulle en una pomposa y estilizada farsa centroeuropea plagada de personajes extraordinarios que merecerían su propia película.
Pero el protagonista de El gran hotel Budapest es Gustave H. (Ralph Fiennes), el estricto y soberbio conserje del lujoso hotel. Un hombre de modales impecables que se rige por dos máximas: el cliente es lo primero y gallina vieja hace buen caldo. Y es que, además de estar entregado en cuerpo y alma al hotel y sus clientes, Gustave gusta de disfrutar de dosis de sexo añejo regalando lo segundo, su cuerpo, para el placer de sus inquilinas más ajadas e ilustres.
Una de ellas, Madame D. (Tilda Swinton) fallece en extrañas circunstancias y le deja en herencia un valioso cuadro renacentista. Un testamento que le convertirá en el gran enemigo de la familia de la finada, que le acusa de ser su asesino. Acompañado por Zero, el nuevo mozo del hotel al que da vida Tony Revolori, Gustave emprenderá una disparatada odisea para limpiar su nombre y hacer cumplir la última voluntad de su concubina.
CUENTO DE ENTREGUERRAS
Traiciones, crímenes, persecuciones, fugas de prisión, historias de amor e incluso encontronazos con algo parecido a los nazis se van sucediendo en este cuento de entreguerras en el que Anderson maneja con destreza y brillante eficacia todas las herramientas que han hecho de sus formas un estilo inconfundible, una marca.
Y puede que El gran hotel Budapest carezca de ese encanto infantil que hacía de Moonrise Kingdom una experiencia tan amable y deliciosa, pero la mala baba y malicia que sí tiene su nueva película la convierten en un disfrute perversamente divertido y, muy posiblemente, en el mejor título de su brillante filmografía.
Anderson alcanza un nuevo nivel gracias al poderío visual y elegancia aristocrática con la que viste su nueva historia, a una notable banda sonora a cuenta del maestro Desplat y, sobre todo, a un ritmo narrativo y una intensidad que hacen imposible que la idea de mirar el reloj cruce siquiera la mente de los inquilinos que, ojipláticos y con una perenne sonrisa en sus labios, ocupan sus las butacas.
UN REPARTO DE LUJO
Y hablando de inquilinos, además del magistral Fiennes y el joven Revolori, la imponente plantilla del hotel la componen nombres como los de Bill Murray, Jude Law, Willem Dafoe, Tilda Swinton, Harvey Keitel, Edward Norton, Saoirse Ronan, Jeff Goldblum, Adrien Brody, Owen Wilson, Jason Schwartzman o Tom Wilkinson. Casi nada.
Perversa, demente, melancólica, divertida, ácida, obsesiva, artesanal, ingeniosa, sofisticada... también son muchos los adjetivos que encuentran acomodo en esta caricatura histórica, mezcla de sueño y recuerdo, en la que todo queda distorsionado y exagerado, como ocurre con esas viejas batallitas que se han contado ya demasiadas veces. Ni siquiera los nazis son como eran los nazis en la carta de amor a la vieja Europa de Wes Anderson.
Comprar una entrada para El gran hotel Budapest es comprar 100 minutos en una habitación con vistas a la genialidad. Lo dicho, una delicia.