MADRID, 17 Dic. (EUROPA PRESS - Israel Arias)
El viaje llega, al fin, a su fin. Peter Jackson pone punto final a su segunda trilogía en la Tierra Media con El Hobbit: La Batalla de los Cinco Ejércitos, un digno y vigoroso colofón para una saga dilatada en exceso.
Al convertir lo que debía ser el final de la segunda entrega en su epílogo, el propio Jackson nos impide desde el minuto uno valorar La Batalla de los Cinco Ejércitos como una unidad cinematográfica autónoma. Así que... es momento de hacer balance.
Cuando allá por febrero de 2004 el cineasta neozelandés se puso una corona de once Oscars y se proclamó nuevo monarca del blockbuster con El Retorno del Rey, el brillante y rotundo final a su excelsa Trilogía del Anillo, comenzó a perder la cabeza. Cuál Thorin cegado por la avaricia ante el tesoro de Erebor, Jackson sucumbió a la fiebre del oro y se empeñó en repetir la gesta.
Durante años luchó contra viento y marea, eso hay que reconocérselo, hasta que logró sacar adelante un proyecto que dejaba atrás varios juicios, una bancarrota, la de MGM, e incluso una sonada espantada, la de quien en principio iba a ser el director: Guillermo del Toro. Pero Jackson no se amilanó. Su deseo de regresar al universo de Tolkien podía con todo así que cogió el toro por los cuernos y se volvió a sentar en la silla de director.
Hasta ahí, todo correcto. Él había hecho de El Señor de los Anillos la adaptación con la que durante décadas soñaron millones de fans. Él era el indicado para llevar El Hobbit al cine. Pero le pudo la avaricia, sobre todo la financiera, aunque también la cinematográfica.
DEMASIADA PAJA
"Toda gran historia merece ser adornada". La frase de Gandalf a Bilbo en una de las primeras secuencias de la primera película de El Hobbit daba pistas de lo que estaba por venir. Ahora, dos años después, sabemos que era la confesión de Jackson en boca del mago gris.
La paja es paja aunque la firme Peter Jackson y la importe desde Wellinton. Su empecinamiento en exprimir las 300 páginas de libro que daba para una mastodóntica película de tres horas y media o como mucho para dos de 120 minutos cada una (el plan este último, no olvidemos, con el que se gestó el proyecto) es el pecado capital que lastra toda la innecesaria trilogía. Y es que, amigo Peter, aquí o en la Tierra Media... quien mucho abarca, poco aprieta.
Y así le quedaron a Jackson sus dos primeras entregas: sueltas, descosidas, con demasiados altibajos y sobredosis de efectos digitales. Un par de escalones por debajo del listón que el mismo colocó a una altura considerable hace diez años.
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El nivel vuelve a subir, al menos un peldaño, en La Batalla de los Cinco Ejércitos. Esta última es -a la fuerza, porque solo quedaba guerra por contar- la más musculosa, magra y compacta de las tres entregas de El Hobbit. Un festival de acción con un vistoso desfile de imponentes ejércitos de elfos, enanos y orcos plagado de poderosas -aunque poco sorprendentes ya- secuencias de batallas. Hay pocas cosas que resulten tan imponentes, efectistas y bellas para un fan de Tolkien como un ejército de elfos moviéndose al unísono.
UNA ÚLTIMA VEZ
Una película donde la épica y la lucha intentan no dar descanso pero que sigue soportando sobre sus hombros lastres de anteriores episodios. Fardos de paja que rompen el ritmo y rebajan el tono épico y que tienen en la torpe relación entre el enano guapo y la elfa inventada su ejemplo más paradigmático. Un romance de trazo grueso totalmente innecesario al que Jackson vuelve a dar demasiada cancha.
Pero al final, aunque detesten a esa elfa de la que nunca leyeron y al enano que se pone de puntillas para besarla, aunque estén ya saturados de tanto mandoble élfico de diseño y tanta cabeza de orco cercenada, será difícil que los lectores de la obra de Tolkien, o quienes vienen siguiendo sus adaptaciones desde hace ya más de una década, no sientan cierta tristeza al ver por última vez a Bilbo (excelente una vez más Martin Freeman) y a Gandalf compartir una pipa con la mejor hierba de la Cuaderna del Sur.
Farewell, amigo Jackson.
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