MADRID, 12 Ene. (EUROPA PRESS - Israel Arias) -
Gary Oldman muta en Wiston Churchill en El instante más oscuro, un filme que atrapa los primeros pasos del premier británico al frente del Gobierno de una nación que encaraba, sumida en el pesimismo y la resignación, sus días más decisivos del pasado siglo. Una película densa pero fascinante dirigida con mimo y, sobre todo, con mucha astucia por Joe Wright.
Totalmente consciente de que el animal interpretativo que tiene en el set es su película, el director de Orgullo y prejuicio o Expiación cuida cada detalle -desde su premeditadamente teatral y apabullante puesta en escena hasta su montaje- con un único objetivo: disponer las condiciones ideales para que el colosal trabajo que tras kilos de maquillaje ejecuta Oldman se presente ante el espectador con el mejor envoltorio posible.
Lo consigue, además, mientras se las ingenia para, con movimientos de cámara y demás virguerías visuales -siempre dentro del corte clásico en el que se mueve su cine- ventilar sin llegar a sobrecargar este sombrío y necesariamente plúmbeo retrato de Churchill. El líder de los épicos discursos, una figura cinematográficamente muy manida en los últimos años, es el absoluto epicentro en un relato de esencia bélica pero que se sustancia en los despachos, gabinetes, búnkeres y pasillos donde en aquellos días de 1940 se decidía el futuro de Occidente.
Allí, entre las sombras y el humo de su inseparable puro, un hombre decidió desoír a buena parte de los suyos -y puede que también al sentido común- y no agachar la cabeza ante la entonces invencible maquinaria de guerra nazi para rebelarse contra la tiranía y espolear a su pueblo bajo la promesa de victoria. Y no de una victoria aséptica e indolora, como las que se venden ahora, sino un triunfo esencial por la supervivencia que, efectivamente y sí, costaría sangre, sudor y lágrimas. Fue la hora más oscura. El instante en el que la Vieja Europa estuvo a punto de capitular ante el terror... quien sabe si para siempre.