MADRID, 7 Jun. (EUROPA PRESS - Israel Arias) -
J.A. Bayona asume, y supera con nota, su primer y mastóndico reto en Hollywood dejando su sello en una de las sagas más populares de la historia del cine. En su cuarta película, Jurassic World: El reino caído, el director de El orfanato, Lo imposible y Un monstruo viene a verme, doma a la bestia para hacer suyo un blockbuster en el que, sin olvidar nunca su principal misión -entretener y maravillar al respetable- explora, desde oscuros rincones que productos como este no acostumbran a transitar, la relación entre el hombre, la ciencia y la naturaleza.
Lo hace como requieren estos trances palomiteros: sin subrayar esas grandes preguntas sobre la vida y su valor, sobre el empeño del hombre en traspasar ciertas líneas rojas pensando solo en su propio beneficio, que ya movían todo el entramado fantástico creado en las geniales novelas de Michael Crichton. Valiéndose del muy funcional guión que firman Colin Trevorrow -director del anterior filme de la saga... y del próximo- y Derek Connolly, Bayona las va dejando ahí, encima de la mesa, para que quien quiera las recoja.
Y quien no... pues que se limite a disfrutar de un espectáculo cinematográfico de primer nivel. Que no es poco.
Y es que al catalán lo mismo le da poner a correr a Naomi Watts y Ewan McGregor delante de una ola gigante en Tailandia que a Bryce Dallas Howard (sin tacones esta vez) y Chris Pratt ante un torrente de lava precedido de una variopinta estampida de dinosaurios en la Isla Nublar. Bayona vuelve a demostrar su magnífica mano para las secuencias gigantescas -de una en Lo Imposible pasa ahora a lidiar con cinco o seis- en una primera parte trepidante en la que permite que la química de la pareja protagonista haga su magia y tras la que hace saltar la isla por los aires -toda una declaración de intenciones- para llevarse la saga jurásica a un lugar improbable, a su terreno: al terror gótico en el que él se mueve como pez en el agua.
Encerrar decenas de dinosaurios en una fantasmal mansión durante casi una hora se antoja como algo más que un radical cambio de tercio. Una locura. Un giro imposible que Bayona consigue que funcione -su idolatrado Spielberg le fichó por los pasillos de El orfanato, no por el tsunami de Lo imposible- en un último tramo claustrofóbico en el que apela directamente a algunos de los pasajes más brillantes del filme original -especialmente en una maravillosa secuencia- para sobresaltar e incluso aterrar al respetable como los dinosaurios no lo habían hecho desde aquel verano de 1993.
Y todo lo consigue sin renunciar a la emoción y la nostalgia -ingredientes tan necesarios en una película de Jurassic Park como tramposos y proclives al despiste- mientras sigue creando algunas imágenes icónicas y, en cierta medida, reinventando las reglas de la saga en un filme que cumple perfectamente su función de película bisagra dentro de la franquicia: Después de sacar a los dinosaurios mutantes de la Isla Nublar, El reino caído sirve en bandeja de plata un escenario muy atractivo para que Colin Trevorrow dé el golpe de gracia a la nueva trilogía con algo, ya sí, totalmente distinto de cabo a rabo (de velociraptor).