MADRID, 22 Sep. (EUROPA PRESS - Israel Arias)-
Sería algo injusto reclamar a Matthew Vaughn que en el segundo golpe que asesta con la misma arma consiga idéntica fascinación. Las bondades que acompañan al factor sorpresa se las cobró hace ya casi tres años con el primer Kingsman. Ahora, desprovisto de la efervescencia de la novedad, el director de Kick-Ass y X-Men: Primera generación consigue algo nada fácil en un producto de esta heterodoxa naturaleza: que el nivel de diversión vuelva a alcanzar picos sobresalientes.
Y lo logra, de nuevo, a su manera. Para empezar con su continuación, Vaughn decide hacer que todo salte por los aires, desmantelando las estructuras de los Kingsman en un explosivo 'borrón y cuenta nueva' que pone tierra de por medio con el cómic original de Mark Millar. Consigue así un espacio diáfano para introducir nuevas reglas y participantes -con sombrero texano y vaqueros- en este descacharrante juego de espías pasados de rosca. Una partida en la que el adversario sigue siendo un villano caricaturesco encarnado esta vez por la entregadísima Julianne Moore. Su edulcorada, sádica y retromaniaca Poppy Adams no tiene nada que envidiar al ceceante Samuel L. Jackson... salvo el impepinable hecho de que ella no es Samuel L. Jackson.
Frente a Poppy y sus esbrirros del Círculo de Oro aparecen los restos de los Kingsman y los Statesman, sus homológos yanquis. Si la tapadera de los unos era una sastrería, la de los otros es una destilería. Si unos van en traje, los otros en vaqueros. Unos tienen paraguas antibalas, los otros, lazos eléctricos. Todo encaja, a su singular manera, en el hilarante universo 'postbondiano' armado por Vaughn. Incluso la peregrina narcotrama de alcance global que sirve de coartada para dar cobertura a todos esos ingredientes que hicieron de Kingsman un gran éxito.
Y es que lo mejor que se puede decir de Kingsman 2 es que, a pesar de no contar con la energía y el ritmo frenético de su antecesora, sigue siendo un gozoso festival de acción desenfrenada, excesos estéticos y argumentales, humor macarra y calculada (eso siempre) incorrección política. Una brutal, violenta y potente gamberrada que, además, convierte la autoparodia en auténtica magia para mayor gloria de un memorable Sir Elton John. Sí, un amigo que salva vidas.