MADRID, 27 Feb. (EUROPA PRESS - Israel Arias)
Kingsman: Servicio secreto es mucho más que un soplo de aire fresco al género de espías, es un genial y brutal torbellino que pone todo patas arriba. Matthew Vaughn mezcla a su antojo acción, humor, elegancia, fantasía, violencia extrema, crítica social, parodia y sofisticación para servir en bandeja de plata dos horas de diversión libres de cualquier tipo de complejos y, eso sí, perfectamente trajeadas.
Otra vuelta de tuerca basada, de nuevo, en una obra de Mark Millar. Y para los que ya se lo estén preguntando la respuesta es sí: Kingsman es a las últimas películas de James Bond lo que Kick-Ass fue a las películas de Batman o Los Vengadores. Obviedad resuelta.
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Y como en aquella ocasión, la estructura de lo nuevo de Vaughn no puede ser más arquetípica y el esqueleto de su trama más simple: Joven descarriado (Taron Egerton) y huérfano de padre, muerto en acto de servicio, que es reclutado por un viejo amigo del progenitor finado (Colin Firth). Después: Duro entrenamiento, lucha por encajar, evolución de relación entre alumno y mentor y... finamente, enfrentamiento con el gran villano.
UN VILLANO MEMORABLE
Pero la clave de Kingsman está en los detalles, que aquí no son pequeños, en el tratamiento y uso que hace de las herramientas y fórmulas conocidas para retorcerlas y exagerarlas hasta componer un producto personal y trepidante. Un filme que es capaz de salir victorioso incluso cuando se enfrenta a los clichés más tradicionales del género.
Un ejemplo: Las películas de espías, como las de superhéroes, son tan buenas como lo sean sus villanos, reza la manida máxima. Pues en eso Kingsman se lleva la palma. Y es que el carismático y esta vez ceceante 'Zamuel L. Jackzon' es una auténtica bendición. Un multimillonario gurú tecnológico tras el que se esconde un malo genial, divertido, mediático, filántropo... un villano muy molón dispuesto a llevar el ecologismo hasta sus últimas consecuencias.
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Algo parecido se puede decir de otros de sus aciertos notables como sus técnicamente intachables secuencias de acción, su humor gamberro, su banda sonora -con memorables golpes ochenteros y noventeros- o su brutal climax. Casi todo encaja en el festival de bestial diversión que es Kingsman. Una película excesiva, un entretenimiento excelente.