MADRID, 23 Feb. (EUROPA PRESS - Israel Arias) -
Lady Bird es la carta de presentación como directora de la actriz y guionista Greta Gerwig. Un filme natural y elegante en sus formas y singular en su tono en el que consigue reflejar con perspicaz ligereza y brilante sencillez esa turbulenta época de constante catarsis que es la adolescencia.
Una obra que se mueve entre la comedia adolescente y el drama familiar en la que Gerwig ofrece una feliz paradoja, evidenciar que ha encontrado su propia voz como cineasta mientras atrapa el apasionante proceso de alguien que busca la suya, y en la que explota a la perfección la muy particular química entre su joven protagonista, la magnifica Saoirse Ronan, y su madre en la ficción, la también excelente Laurie Metcalf.
Ella (Ronan), el epicentro de este relato autobiográfico, es Christine, una joven resuelta y peleona que solo atiende al nombre de Lady Bird -"Me ha sido dado por mí para mí", proclama con orgullo- y que se ahoga en su Sacramento natal. Lady Bird tiene grandes planes para ella, aunque todavía no sepa muy bien cuáles son.
Un espíritu libre que a ratos se deja llevar y a ratos reivindica con rabia su individualidad mientras vive subida en esa montaña rusa de vaivenes emocionales en la que se ha convertido su último año de instituto. Un viaje lleno de lugares comunes -la obra del Instituto, el primer amor, el baile de graduación, la elección de universidad...- que está dispuesta a exprimir al máximo. Con entusiasmo o con frustración, según sople el viento, pero siempre a tope.
Las contradicciones propias de la edad, extremas en el caso de esta arrolladora 'rara avis' amante del rosa, chocan frontalmente con los incansables intentos de su madre por hacerla bajar de las nubes. Ella (Metcalf) es una mujer que conduce escuchando el audiolibro de Las uvas de la ira y que, desde la reprimenda constante, lucha para que Lady Bird deje de andarse por las ramas y, antes de que abandone el nido, encarrile su camino para que consiga ser la mejor versión de si misma.
"¿Y si esta es mi mejor versión?", le pregunta a su madre en una de las muchas brillantes líneas de las que puede presumir un filme que atrapa con singular sensibilidad esa persistente batalla que se establece entre dos personas que se quieren todo, pero que tiran de la cuerda de su relación en direcciones opuestas. Gerwig lo consigue, como suele hacerlo en sus guiones, mirando hacia adentro, a través de esos pequeños detalles en los que reside el alma de las cosas. De esas aparentemente intrascendentes, pero esenciales, y que solo ocurren cuando aún somos la idea de eso que queremos llegar a ser.