MADRID, 7 Abr. (EUROPA PRESS - Israel Arias) -
Hay que ser muy fan de la saga Power Rangers -o al menos tenerle bastante cariño- para disfrutar plenamente de las cosas buenas -que alguna hay- que esta actualización con luces de neón, sobredosis de CGI y ecos referenciales que buscan resonar entre los millennials pone sobre la mesa. De lo contrario, es casi imposible que sus tremendas deficiencias no acaben aguando la fiesta.
Una fiesta que arranca bien, con un prometedor prólogo que es en sí un guiño a los seguidores que durante lustros demandaban -a golpe de fanfilm- una película más cruda, mas madura... digna, al fin, para sus héroes multicolor. Continúa la resurrección capitaneada por Dean Israelite (Project Almanac) con un par de golpes de humor gamberro, un ingrediente apreciable y casi imprescindible en la aventura iniciática que se avecina que se adentra ya en la inevitable presentación de los cinco protagonistas.
Ellos, adolescentes inadaptados que cargan en sus mochilas de instituto con sus correspondientes y variopintas disfunciones familiares, son los elegidos para revivir un poder ancestral que haga frente a la apocalíptica amenaza que se avecina, personificada en la insuficientemente repulsiva Elizabeth Banks. Pero -y este es el trance que ocupa la mayor parte de los excesivos 123 minutos de metraje de Power Rangers- para convertirse en héroes, estos marginados antes deberán aprender a ser amigos.
Y pese a un par de 'gags' realmente descacharrantes, de la siempre agradecida presencia de Bryan Cranston y de sus constantes referencias cinéfilas -las más evocadoras en su espíritu, las más simplonas en sus diálogos- alejados ya el encanto hortera de las mallas chillonas, de aquellos masillas fondones y los robots cutres, el primer viaje -quedan, dicen, otros cinco- de estos nuevos y metalizados Power Rangers se hace eterno, y su desenlace, en lugar de la gran juerga prometida a cuenta del CGI, rutinario. Lo peor que le puede pasar a una franquicia que tiene en la ligereza su (multicolor) bandera.