MADRID, 13 Dic. (EUROPA PRESS - Israel Arias) -
Hace ya 39 años que el final de Rogue One: Una historia de Star Wars está consagrado en las escrituras de la saga. Tras el "Hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana..." el prólogo escrito de lo que por aquel entonces tan solo era La Guerra de las Galaxias, sin apellidos ni corolarios, revelaba que "las naves espaciales rebeldes atacando, desde una base oculta, han logrado su primera victoria contra el malvado Imperio Galáctico" y que durante aquella batalla "los espías rebeldes han conseguido apoderarse de los planos secretos del arma total y definitiva del Imperio, la Estrella de la Muerte".
La historia de esa contienda y de esos "espías rebeldes" es precisamente la que relata la nueva entrega de la saga, que amplía su universo cinematográfico con el primero de esa serie de spin-off que está llamada a ocupar los huecos en el calendario que deje la nueva(s) trilogía(s) de Star Wars en el decidido afán de Disney de estrenar una película de la franquicia cada año.
Un grupo de espías que, a buen seguro, se parece muy, muy poco al que imaginaba George Lucas cuando escribió aquella línea del prólogo: un conjunto hijo de su tiempo, premeditadamente multiétnico y acaudillado por una mujer, a la que da vida una más que cumplidora Felicity Jones, que una vez más no quiere ser salvadora pero se ve forzada a serlo. Ahí el perenne cliché sí se mantiene al igual que lo hacen personajes, situaciones, partituras, incluso planos que repiten mecanismos y esquemas ya familiares de la saga de las sagas.
Es el peaje que hay que pagar en favor de la necesaria nostalgia y de la en este caso demasiadas veces invocada coherencia narrativa. Al fin y al cabo, esta es "una historia de Star Wars". Pero además, y ahí reside la gran virtud y acierto de Rogue One, es sobre todo y ante todo, la historia de una pequeña escaramuza -clave, eso sí- dentro de una gran guerra que se libró, se libra y se librará (inmersión fan mediante) durante décadas... siglos incluso entre la luz y la oscuridad.
Lejos de ser una descarnada película de guerra -para satisfacer esas bélicas pulsiones la cartelera ya cuenta con la brutal Hasta el último hombre del felizmente regresado Mel Gibson- sí es cierto que este primer spin-off ofrece un tono más oscuro, crudo y violento que el resto de películas de la saga, excepción hecha de algunos (los únicos memorables) tramos de La venganza de los Sith.
Dentro del corsé argumental al que inevitablemente se ve limitada, la cinta de Gareth Edwards -y dicen que también de Tony Gilroy y otros cuantos partícipes de los dichosos 'reshoots'- sabe encontrar su hueco, retorcerse rebelde dentro del estrecho espacio que le dejan los Episodios III y IV, para intentar al menos encontrar su propia personalidad y ofrecer algo distinto, que no rompedor, al seguidor de Star Wars, una historia que despierte su interés aunque conozca cuál va a ser su desenlace desde que tiene uso de razón. Era justo y necesario después del gran baño de nostalgia que supuso aquel necesariamente conservador reencuentro que fue El despertar de la Fuerza. Lo interesante vendrá el año que viene, con el Episodio VIII, cuando a la Lucasfilm empotrada en la imparable maquinaria Disney ya no le baste con recordar o rellenar y tenga que inventar.