MADRID, 13 Nov. (EUROPA PRESS - Israel Arias)
Un ritmo tenso y constante, sin acelerones innecesarios. Un relato áspero y duro, pero lleno de matices. Una escala de grises tan rica que hace casi imposible creer que el blanco o el negro alguna vez existieron. Denis Villeneuve vuelve a exhibir las fortalezas que han hecho de su nombre una gran marca cinematográfica -y de trabajos como Prisioneros, Incendies o Enemy títulos imprescindibles del cine reciente- en Sicario, una sórdida película sobre la lucha contra el narcotráfico que se erige ya como uno de los mejores títulos del género y del año.
Harían falta muchas líneas, y por tanto mucha paciencia por parte del sufrido lector, para repasar una a una todas las bondades de este violento thriller fronterizo sobre los señores de la droga. Y tan solo una palabra para señalar sus defectos: nada. Así de simple... y de complicado.
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En Sicario todo funciona a la perfección. Su arranque es magnético, su desarrollo certero y sin concesiones al maniqueísmo y cuenta adeás con un reparto notable. Todo bajo una atmósfera sórdida y asfixiante y una factura técnica envidiable. La fotografía de Roger Deakins y el sonido devastador son la droga dura que dispara la adrenalina en las brillantes secuencias de acción.
Y bajo el magnífico envoltorio y la gloriosa ejecución, Villeneuve logra el equilibrio. Término que -en el arte como en el deporte- muchas veces es precursor del tedio mas absoluto. No es el caso. Sicario que entra de lleno en el resbaladizo terreno de la ambigüedad moral sin empantanarse en excesos reflexivos.
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Todo fluye de forma feroz, oscura y violenta en ese desolador viaje transfronterizo que es Sicario. Y lo hace sin darnos un bueno o un malo al que agarrarnos dejándonos -a nosotros y a una sobresaliente Emily Blunt- totalmente desvalidos a merced de los grises. Esos crueles y desalmados grises.