MADRID, 15 Dic. (EUROPA PRESS - Israel Arias) -
Rian Johnson completa la transición generacional que inició J.J. Abrams en la conservadora, pero sumamente eficaz, El despertar de la Fuerza y convierte así a Rey (Daisy Ridley) y Kylo Ren (Adam Driver) en el núcleo esencial de Los últimos Jedi y, por extensión, de la nueva trilogía de Star Wars. Lo hace en un filme a ratos sorprendente y con un sospechosamente subrayado mensaje subversivo pero que resulta menos revolucionario e innovador en sus propuestas argumentales y armas narrativas de lo que a estas alturas requiere para alcanzar un nuevo nivel el serial familiar de los Skywalker y, especialmente, de lo que cabría esperar atendiendo al historial del propio Johnson.
El guión que firma el responsable de joyas como Brick y Looper sorprende, sí, pero no arriesga. Johnson repite estructuras narrativas y situaciones ya vistas en la saga -especialmente en sus dos episodios favoritos, El Imperio Contraataca y la todavía insuperable El retorno del Jedi-. Venerados esquemas que, por fortuna, resuelve de forma valiente y, eso también hay que reconocerlo, satisfactoria.
Especialmente para los fans, que escucharán en algunas de las decisiones más radicales del libreto de Los últimos jedi, esas que reformulan -que no derrumban- algunos de los pilares de la saga, ecos de algunos de los pasajes y giros más aclamados del ahora no canónico universo expandido.
A ellos también les regala el Episodio VIII el mejor Mark Hamill, un par de reencuentros que les pondrán un nudo en la garganta, épicos duelos de sables de luz, el voluntarioso intento de devolver al humor el peso que un día tuvo, innumerables tributos -explícitos e implícitos- a su eterna Leia (Carrie Fisher) y algunas de las mejores secuencias de batallas espaciales de una saga que -y eso por suerte Johnson tampoco lo olvida- sigue llevando por título troncal el de La Guerra de las Galaxias.
Para el resto, para el público no militante, Los últimos jedi es, además de un evento cultural global del que es casi imposible escapar, algo nada desdeñable: un vistoso y enérgico espectáculo cinematográfico de primerísimo nivel.
Entretenimiento de masas o liturgia autorefencial de dos horas y media. Religión o negocio disfrazado de space opera. Eso ya depende lo intensa que la Fuerza, el mito ahora reformulado y socializado, sea en cada uno.