MADRID, 27 Oct. (EUROPA PRESS - Israel Arias) -
Taika Waititi, responsable de singulares perlas como Hunt for the Wilderpeople o Lo que hacemos en las sombras, vampiriza algunos de los patrones cósmicos marcados por James Gunn y sus Guardianes de la Galaxia en Thor: Ragnarok, un filme de deliberada y caótica ligereza en el que hay más chistes que escenas de acción y que, a modo de prueba irrefutable de su lúdica naturaleza, se atreve incluso a jugar a la autoparodia. Una chiflada space opera que no solo es la mejor película en solitario del Dios del Trueno, sino también una de las más divertidas del ya extenso Universo Cinematográfico Marvel.
Tono irreconocible el que exhibe el vengador asgardiano para cerrar su propia trilogía en una aventura que, a pesar de su singular energía, no sorprende al personal todo lo que pudiera haberlo hecho. Y no lo hace por diversos factores: el historial del propio Waititi -con su elección Marvel Studios ya lanzó un obvio mensaje de ruptura respecto a las dos películas anteriores de Thor-, los antecedentes más inmediatos en el MCU -la adolescente y también muy liviana Spider-Man: Homecoming y la secuela de los Guardianes de Gunn- y la incansable, y otra vez excesivamente reveladora, campaña de márketing que, irremediablemente, acompaña a cada estreno de La Casa de las Ideas.
Pero incluso con el factor sorpresa desactivado, este Thor nuevo y disparatado funciona a las mil maravillas. Y en este inteligente giro hacia la buddy movie cósmica, el humor absurdo y psicodélica hay un gran beneficiado: Chris Hemsworth. El australiano está tremendamente más cómodo -por momentos incluso brillante- presumiendo aquí de su total falta de sentido del ridículo que en aquellos trances 'shakesperianos' a los que le sometió Branagh en el primer Thor o que en los oscuros vericuetos argumentales por los que le llevó su aún más desatinada secuela.
A la fiesta también se apunta Mark Ruffalo que, ante la imposibilidad de contar un filme en solitario -los derechos siguen en poder de Universal- y quizá desaprovechando la jugosa trama de Planet Hulk, ofrece notables avances para Bruce Banner y su radioactivo alter-ego. Lo hace, además, con cierta mesura y equilibro, sin llegar a aplastar a los verdaderos protagonistas de Ragnarok: el heredero de Asgard y sus gentes.
Entre estos últimos se cuentan un venerable Anthony Hopkins (Odin) que pone la carga emotiva, el corazón, a la trama; la recién llegada, y algo forzada en su tosquedad, Tessa Thomson (Valquiria); y un Tom Hiddleston que reafirma la intocable condición de Loki como el robaplanos oficial del MCU. A él debe Ragnarok algunos de sus momentos más hilarantes y gloriosos.
Mención aparte merecen también otros dos personajes encantados de conocerse: El extravagante, travieso y melómano Gran Maestro de Jeff Goldblum y la rotunda Hela de Cate Blanchett. Dos 'villanos' excesivos en sus formas que ahondan en el espíritu desacomplejado de un filme que ejecuta con insólita energía el noble arte de la diversión poniendo eones de por medio de esa épica impostada y plomiza gravedad tan innecesaria a veces en productos de esta naturaleza.