MADRID, 4 Abr. (EUROPA PRESS - David Gallardo) -
Con apenas seis años, Peter Gene Hernandez (Honolulú, Hawai, 1985) en la película Honeymoon in Vegas interpretando a un pequeño Elvis Presley. Por aquel entonces empezaba ya a sorprender a propios y extraños con sus fulgurantes imitaciones de Michael Jackson. De manera que alguien lo vio claro y el joven muchacho lo asumió, aceptó el reto y se mudó a Los Angeles nada más terminar el instituto.
California propició la transformación de Peter en Bruno Mars, quien tras conseguir algunos buenos pelotazos escribiendo para otros, terminó debutando en 2010 con el certero y fresco Doo-Wops & Hooligans, inicio oficial de una carrera en busca del trono vacío, del cetro perdido tras la muerte del Rey del Pop al que desde niño idolatró y al que ahora más que nunca ansía suceder.
Y así llegamos a la noche del lunes 3 de abril de 2017, al cuarto concierto de su 24K Magic World Tour, que se celebró en el WiZink Center de Madrid ante más de 15.500 personas que agotaron las entradas de manera fulminante el mismo día de ponerse a la venta. Con el estadounidense defendido su tercer disco, el que dicen de la confirmación, 24K Magic, en un periplo mundial de esos que hacen saltar la banca.
Precisamente buscando esa confirmación, Bruno interpreta las nueve canciones de este nuevo álbum, de clara orientación ochentera y que preside la velada desde el principio con Finesse y 24K Magic, un arranque por la vertiente más R&B de un artista que también le da al pop, al soul, al hip hop, al rock y que aglutina todas las referencias imaginables de la música afroamericana de las últimas décadas, ahora centrado principalmente en el tramo desde los setenta a los noventa.
La eclosión funk de Treasure es el primer guiño a su discografía pretérita, recibido con una algarabía ya constante por los parroquianos, que no cesan de contonearse como péndulos mientras el Maestro de Ceremonias demuestra en el escenario que aparte de cantar, también sabe bailar con innegable magnetismo. Eso sí, un poquito más de volumen en el micrófono para escuchar la voz no habría venido mal para sobresalir sobre una relativa maraña, aderezada por el griterío perpetuo de rigor.
A estas alturas ya ha quedado claro que Bruno Mars quiere el trono del pop del siglo XXI, algo que curiosamente quiere conseguir mirando constantemente a referencias del pasado, como James Brown o Stevie Wonder en ese furioso funk que es Perm y en el que desata toda su coreografía, perpetrada por su séquito constante, un grupo de coristas con los que mantiene una sincronía pandillera perfecta, con ayuda además de guitarra y bajista, que también forman parte de este juego. Por momentos parece que incluso la batería se va a unir irremediablemente a la danza.
La parte más callejera deja paso acto seguido a Calling all my loveless, balada melosa con teclados abiertamente ochenteros en la que se marca un solo de guitarra al más puro estilo Prince, a quien no en vano ya imitó Bruno en la reciente última edición de los Grammy. Otro hueco vacío que quiere para él el hawaiano, quien explota en este tema también su vena interpretativa simulando una llamada de teléfono a un amor que no responde y que, por ende, le parte el corazón ante todos los presentes, que corean eso de "pick up the phone!" mientras él hace por llorar y nos vienen a la cabeza, de paso, nombres como Luther Vandross.
En la sudorosa y vivaz Chunky, que bien podría ser obra del mejor Bobby Brown, cobra relevancia el escenario, juguetona herramienta que no cesa de mutar y de combinar imágenes del escenario con diversos colores y luces láser, siempre tan bien recibidas. Y se suceden los temas recientes como That's what I like (que pasa del funk al desenlace góspel), Straight up & down y otra balada de manual como es Versace on the floor, en la que la voz de Bruno juega a suplantar los agudos de Michael Jackson, bien flanqueado por los ya mencionados teclados añejos.
ROMPER A SUDAR
Nueve canciones hasta aquí, ocho de ellas del nuevo disco. No se le puede negar confianza y ganas de defender el nuevo material, aunque no sea ni mucho menos tan fácilmente digerible como lo que viene a continuación, escogido de lo más granado de su disco debut y de su continuación de 2012, Unorthodox Jukebox. Hay un cambio en la dirección del concierto y hay una transformación en el ambiente del WiZink Center que, si bien estuvo todo el tiempo en pie bailando, ahora es cuando rompió a sudar y a sofocarse.
Vuelve a agarrar la guitarra Bruno Mars para darle velocidad a Marry you con toques de ska y sección de metales, antes de liarla parda con el soul-rock acelerado de Runaway baby, que tiene uno de los momentos de la velada cuando el MC pide silencio, se apaga el escenario y baila delicadamente sin moverse del sitio sobre una suave pero hipnótica línea de bajo. El público no puede aguantar porque sabe que la eclosión es inminente. Y los gritos se convierten en aullidos de gozo cuando la banda remata al más puro estilo desfase de los Blues Brothers.
Tiene ya Bruno Mars un buen puñado de clásicos del pop de nuestro tiempo a estas alturas. Ahí está When I was your man, cantada de manera notable con el acompañamiento único del piano, un momento de lucimiento absoluto y desnudo. Cambia diametralmente el tercio con Grenade, de nuevo guitarra en mano bien enchufada, con una base de rítmica trotona y unos teclados que empiezan casi como The final countdown de Europe mientras unas llamaradas más propias del heavy enardecen a las masas. Y al final resulta imposible no acordarse de Red Hot Chili Peppers.
EL MOMENTO DE LA VERDAD
El momento de la verdad es ya impostergable y el WiZink Center se pone literalmente del revés con el karaoke infinito de Locked out of heaven (sí, la que es totalmente The Police, otro color en la diversa paleta del estadounidense) y Just the way you are. Una dupla ganadora se mire por donde se mire, si bien la partida tras una hora y cuarto de velada Bruno y su 'gang' ya la tienen más que ganada. La tenían de antemano, obvio, pero la colisión de artistas y público resultó ser especialmente estruendosa.
Hay tiempo aún para el despiporre de Uptown funk, la colaboración de Bruno con Mark Ronson cuyo videoclip es el nuevo 'Bad' (el de Michael Jackson, claro) para toda una nueva generación y que consigue que hasta los que venden las cervezas se olviden de su cometido y opten por balancearse con el gentío. Para terminar, el tema que cierra 24K Magic, Too good to say goodbye, balada grandilocuente y azucarada que se remata con Bruno Mars subido en una plataforma en el centro del escenario mientras dice adiós y se baja el gran telón en medio de una ensordecedora jauría de vítores.
En total, algo más de hora y media de concierto notable y paseo por todos los géneros de la 'música negra', con multitud de referencias a artistas de décadas pasadas, a los que Bruno Mars mira abiertamente, sin ocultar sus fuentes. Y ese puede ser precisamente el principal escollo para acceder definitivamente al trono, pues aunque el hawaiano es innegablemente un nombre esencial y destacado del panorama actual (atesora ya una importante colección de temazos) aún tendrá que abrir algún camino verdaderamente propio para poder coronarse oficialmente. Puede que ya sea el rey de facto, puede. Pero lo que sí es seguro es que es el legítimo heredero.