MADRID, 6 May. (EUROPA PRESS - David Gallardo) -
Cerca de cuatro años después de su anterior visita a Madrid, la banda británica Muse desembarcó este jueves en un BarclayCard Center abarrotado con 15.000 fieles para ofrecer el primero de los dos recitales -repiten este viernes- con los que la capital ha sido agraciada en la pedrea del Drones World Tour.
Una gira que de primeras sorprende por su planteamiento, pues el escenario se sitúa en el centro de la pista del recinto, con dos grandes pasarelas que prácticamente llegan a ambos fondos y por los que Matthew Bellamy (vocalista, guitarrista, pianista y dictatorial maestro de ceremonias) y Christopher Wolstenholme (bajista) se pasearán de un lado a otro para deleite y algarabía de los suyos.
La ansiedad reina en el lugar cuando veinte minutos tarde sobre la hora prevista se apagan las luces y el desafiante Drill Sergeant grita desde la gran pantalla circular que se sitúa sobre el centro del escenario, también circular y giratorio, para que nadie pierda detalle y pueda ver lo que acontece con todo lujo de detalles.
Todo acompañado de un constante bombardeo de imágenes en la pantalla superior y haces de luces y proyecciones que obligan a abrir los cinco sentidos para asimilar un espectáculo torrencial pero que, con todo, no es lo más impresionante que Muse ha hecho en su trayectoria (tal es el listón autoimpuesto), aunque resulta igualmente avasallador.
La pegada categórica de Psycho da inicio a una velada que encadena algunas de las piezas más salvajes de Muse sin apenas respiro ni descanso, con los músicos perfectamente uniformados de riguroso negro comandados con ese pequeño gran dictador del rock del siglo XXI que es Matthew Bellamy, el líder de la secta, puro vigor escénico a duras penas contenido.
Y es así como golpea Reapers antes de la primera mirada al pasado con la grandilocuencia de Plug in Baby y los 15.000 asistentes dejándose la garganta con el puño en alto. Un arranque que encuentra cierto sosiego en Dead Inside y The 2nd Law: Isolated System, antes de que la contundencia marcial de The Handler subyugue inapelable (con unos bonitos telones a ambos lados para convertir a vocalista y bajista en marionetas gracias a proyecciones tridimensionales), con el remate de Supermassive black hole.
La resultona Starlight pone de nuevo al público a corear (y a juguetear con globos gigantes), mientras que Apocalypse Please retoma la senda de la egregia y musculosa pomposidad que hizo de esta banda el mastodonte que es ahora, gracias también, claro, a la base rítmica formada por Wolstenholme y el batería Dominic Howard, que se marcan un poderoso interludio instrumental mientras el escenario gira y luce en todo su esplendor.
Reaparece Bellamy en escena y el concierto encadena un tramo triunfal en el que se suceden la candidez de Madness y la violencia de Map of the problematique e Hysteria (rematada con el riff de Back in Black de AC/DC, como de costumbre). Y la victoria definitiva llega con Time is running out y Uprising, antes de que la ambiciosa The Globalist ponga un punto y seguido en la velada.
Una velada concebida como espectáculo total con la intención última de golpear al público, que necesariamente tiene que sentir que está viendo algo grande, muy grande, a la altura de los adjetivos igualmente grandes que han jalonado y jalonan la triunfal trayectoria de Muse. Unos Muse que, con su regreso al rock de contundencia irrefutable, sorprenden menos que antaño en el apartado sonoro, aunque mantienen una solvencia a prueba de bombas.
Y es que quizás siguiendo el planteamiento de su disco Drones, que reflexiona sobre un mundo deshumanizado y gobernado por máquinas que deciden matar o no matar, se enfrascan así los músicos en un espectáculo en el que apenas se miran entre ellos, tal vez como si ellos mismos fueran drones del rock, pues cada uno tiene su lugar asignado en todo momento (para algo están los pie de micro ya repartidos y bien colocados antes del comienzo de las hostilidades).
Pero más allá de conceptos, la certeza es que estos drones del rock todavía tienen algo que decir con un bis que es toda una epopeya apocalíptica con la sideral ampulosidad de Take a bow, el desvarío guitarrero de Mercy y el disloque último con Knights of Cydonia, una de esas canciones que parten pabellones y estadios no ya en dos, sino en miles de pequeños pedacitos de hormigón otrora firme, ahora licuado.
En cerca de dos horas ha pasado el vendaval, se abren la puertas y el frío empieza a colarse en el instante justo en el que se encienden las luces y el gentío mira a su alrededor para comprobar que todo sigue razonablemente en su sitio. Una vez constatado que no hay bajas en la parroquia, las conclusiones: ¿Conciertazo? Sí ¿Muy por encima de la media? Sí ¿Lo más grandioso que hemos visto de Muse en Madrid? No. Pero igualmente heróico y gozosamente excesivo.