Los cantantes Joaquín Sabina y Joan Manuel Serrat actúan en el WiZink Center de Madrid el 20 de enero del 2020.
Los cantantes Joaquín Sabina y Joan Manuel Serrat actúan en el WiZink Center de Madrid el 20 de enero del 2020. - Ricardo Rubio - Europa Press
Actualizado: martes, 21 enero 2020 12:39

MADRID, 20 Ene. (EUROPA PRESS - David Gallardo) -

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Una canción se convierte en eterna cuando el oyente la hace suya y la incorpora a su vida. Y no importa de qué vaya exactamente la letra, pues la magia nace en el preciso instante en el que el receptor del mensaje le da su propia interpretación. Es así cuando la identificación se completa y la vida de uno mismo se incorpora a la de la canción para el resto de los días.

Se entiende así, por ejemplo, la emoción de los 12.000 congregados este lunes en el WiZink Center hasta la bandera cuando suena 'Lucía', composición directamente responsable de muchas mujeres así inscritas en el Registro Civil durante el último medio siglo. 'Lucía' puede ser cualquiera porque en una canción de ese tamaño cabemos todos.

Ese es el fascinante hechizo que hacen Joan Manuel Serrat (Barcelona, 1943) y Joaquín Sabina (Úbeda, Jaen, 1949) cada vez que pisan un escenario. A ambos, carismáticos contadores de historias universales, eficaces ilusionistas de la palabra, les trascienden sus canciones y eso se potencia cuando las comparten juntos.

Eso es lo que hacen en 'No hay dos sin tres', su tercera gira conjunta después de 'Dos pájaros de un tiro' (2007) y 'Dos pájaros contraatacan' (2012), que tras recorrer Sudamérica a finales de 2019 tiene ahora tan solo cinco fechas en España: cuatro en el WiZink Center contando la de este lunes y otra en el Palau Sant Jordi de Barcelona.

Jugueteando, cantando a dúo, pasándolo bien, dando nueva vida a sus repertorios intercambiando canciones y disfrutando de su bien ganado estatus como parte ineludible de la memoria cultural y social de un país. De todos los países de habla hispana, en realidad, con la palabra como nexo espacio-temporal.

Haciendo buena esa máxima de que el todo es más que la suma de las partes, los dos artistas se ponen más que nunca y con toda la humildad al servicio de las canciones, responsables últimas de que sigan recorriendo el mundo de la mano pese a haber superado ya con creces la edad de jubilación (broma recurrente durante toda la velada).

Con una producción cuidada y elegante, arranca la velada con unos problemas técnicos con el vídeo de introducción y después con Sabina quejándose ante el gentío de que no tiene retorno y no se escucha. Empieza, por tanto, con una disculpa pero tirando de buen humor y 'Esta noche contigo', que da paso a un diálogo humorístuco con todo tipo de bromas sobre la edad de esta pareja de dos, que entona 'Cinco lobitos' entre el cachondeo generalizado como preludio a 'No hago otra cosa que pensar en ti' y 'Aves de paso'.

El humor es el hilo argumental entre canciones con constantes pullas recíprocas recibidas con carcajadas constantes. "Mis padres siempre me dijeron que no le quitara la razón a las personas mayores", lanza Sabina en un momento dado, muy cómodo en su papel de charlatán divertido y sobrado al cantar con su rotunda voz rota clásicos de nuevo cuño como 'Lo niego todo'.

El gran espaldarazo de la velada es la concatenación de '19 días y 500 noches' y 'Tu nombre me sabe a yerba', festivo punto de inflexión a partir del cual no se detiene ya el carrusel de himnos, virando hacia la emoción total de las 'Nanas de la cebolla' dedicada por Serrat a su "amigo Alberto Cortez" e interpretada (muy bien ahí) ante un pabellón en completo silencio.

Para entonces han dejado la faceta monologuista y ya solo hablan las canciones. A saber: 'Peces de ciudad' (retumba la voz de Sabina en la noche), el desmelene rockero de esa 'Princesa' tan coreada con alaridos por el público en pie, 'Cantares', la delicada congoja de 'Lucía' o la siempre refrescante 'Mediterráneo' (con imágenes de inmigrantes en las pantallas).

La presentación de los diez integrantes de la más que solvente banda da otro descanso a esta pareja que se va repartiendo el peso del espectáculo para hacérselo así más llevadero. Porque juntos, como bien dicem, trabajan la mitad pero cobran el doble. Y juntos y vestidos como piratones pisan a fondo con el guitarreo de 'La del pirata cojo'.

Sabina vuelve a retumbar desgañitándose con intensidad (bien ahí) en 'Yo me bajo en Atocha' y a dúo cantan 'Señora', la muy querida 'Y sin embargo' y la resplandeciente 'Hoy puede ser un gran día' y las coreadísimas 'Noches de boda' y luego 'Y nos dieron las diez' como broche final de mentirijilla.

Porque tras casi dos horas y media de canciones, aún tienen ganas de más Serrat y Sabina. Tantas bromas con la vejez, la juventud y el paso del tiempo, pero pareciera que podrían seguir toda la noche lanzando estribillos tan contagiosos como el de 'Contigo'. Y tanto es así, que en catalán entona Sabina 'Paraules d'amor', no sin antes defender que para él "las lenguas son sagradas".

Rematan la jugada con 'Pastillas para no soñar' superadas de largo las dos horas y media de canciones. Pero resulta que es mentira otra vez y reaparecen para la sentida 'Aquellas pequeñas cosas" sobresaliente en la voz de Serrat, a la que Sabina le pone el punto rumbero para quitarle dramatismo.

Sonrientes y al trote, con el público ya en los vomitorios para salir corriendo a casa por el peso del lunes, ahora sí llega el final con 'Fiesta' y las luces del pabellón encendidas. Menudo atracón de canciones que sobrevivirán a sus autores y a todas las vidas de quienes en ellas habitan. Canciones para todas las vidas.