MADRID, 14 Jul. (EUROPA PRESS - David Gallardo) -
Y se acabó la cuarta edición del Mad Cool Festival después de tres días -más una fiesta de bienvenida de calentamiento- en los que la música ha sido la protagonista total. Sin incidencias reseñables, en un recinto cómodo y practicable gracias a la menor afluencia de público que en años anteriores -principalmente en 2018, cuando casi reventaron las costuras con 80.000 personas diarias-.
Este año fue todo más cabal y, por tanto, mejor. A la fiesta del miércoles acudieron 39.700 personas, el jueves fueron 47.500, el viernes 49.000 y el colofón del sábado convenció a 50.000 más, en su mayoría congregados ante el escenario principal a eso de las once de la noche para recibir -con veinte minutos de retraso- a The Cure.
La banda británica, comandada desde hace cuarenta años por el icónico Robert Smith, era el plato principal de la última jornada y no defraudó haciendo un repaso a lo más granado de su discografía. Desde 'Plainsong' y 'Pictures of you' y a partir de ahí, más de dos horas con un sonido perfecto y un Robert que aún con 60 años mantiene la misma voz que todos recordamos.
El sonido del concierto, como de la gran mayoría de este Mad Cool, fue limpio y potente. Todo a favor en un ambiente de relativo cansancio para los que llevaban ya tres días de festival a sus espaldas, pero de frescura para los que se acercaron exclusivamente a disfrutar de The Cure -que no fueron pocos y de edad ya talludita-. 'Just one kiss', 'Lovesong', 'Burn', 'Just like heaven', 'A forest' o 'Shake dog shake' fueron sucediéndose en una velada ciertamente para el recuerdo.
Para el tramo final quedaban todos los hits más populares del grupo -esos que reconocen incluso los no fans-, tales como 'Desintegration', 'Lullaby', 'Friday I'm in love', 'Close to me' o el cierre de celebración absoluta con 'Boys don't cry'. Victoria clara de Robert Smith -muy sonriente y, a cambio, adorado como pocos en este Mad Cool- y los suyos, que lograron crear sus atmósferas oscuras y densas, casi mágicas, hipnotizando a quienes por su camino se cruzaban.
PROFETAS DE LA RABIA
Antes que The Cure, en el segundo escenario tuvo lugar la descarga eléctrica del festival con Prophets of Rage, ese supergrupo que incluye a tres Rage Against the Machine -el galáctico guitarrista Tom Morello, el robusto bajista Tim Commerford y el 'pegador' profesional Brad Wilk- junto a Chuck D y Dj Lord de Public Enemy y B-Real de Cypress Hill.
Con semejante conjunción de músicos no había mucho que discutir y la adrenalina saltó por los aires desde el primer instante con pogos salvajes, vasos volando, puños al aire pero, sobre todo, camaradería -en un momento dado, en el epicentro de la gresca, un chaval se detiene, alza el brazo y grita mostrando un juego de llaves que alguien ha perdido... y el dueño aparece y ambos se abrazan para, acto seguido, empujarse como procede con una amplia sonrisa-.
Con la contundencia inapelable de la base rítmica formada por Tim y Brad, clavan clásicos de Rage Against the Machine como 'Testify', 'Guerrilla Radio', 'Know your enemy', 'Take the power back' o la egregia 'Bullet in the head'. Locura colectiva bien entendida en la que no faltan clásicos del hip-hop como 'Insane in the brain', 'Jump around' o 'How I could just kill a man'.
El nuevo material que presentan suena de maravilla, pero no puede compararse con las dos canciones que cierran: 'Bombtrack' y 'Killing in the Name'. Un gusto ver a Tom Morello, indudablemente uno de los mejores guitarristas de nuestro tiempo, lanzando riffs cargados de ira y haciendo esos solos siderales como solo él sabe. Y para terminar, un mensaje inconformista en las pantallas: 'Make España Rage Again'.
GRETA VAN FLEET
A última hora de la noche había mucha expectación en el tercer escenario para ver a Greta Van Fleet por primera vez en España. Se supone que deben salvar al rock n' roll y lo cierto es que, con poquito más de veinte años, los chicos del cuarteto estadounidense parecen estar en condiciones de conseguirlo. De volver a ponerlo de moda para el gran público al menos.
Se les acusa de ser una copia descarada de Led Zeppelin y eso no puede ser más cierto en directo, pues ahí está el guitarrista Jacob 'Jake' Kiszka como una reencarnación de Jimmy Page moviéndose igual por el escenario -de aptitudes técnicas aún queda lejos, como es natural-, mientras el vocalista Josh Kiszka lanza agudos imposibles por su garganta postadolescente. Son el vigor infinito de los veinte años hechos rock n' roll.
Mantienen a la audiencia en sus manos mientras se marcan largos desarrollos instrumentales y luego la rematan con los temas de su debut, Anthem of the Peaceful Army (2018), galardonado este año como el Mejor Álbum de Rock en los Grammy. Pelotazos directos son 'Highway tune' y 'Black smoke rising'. El baladón creciente 'Watching over' hace que muchos de los que se están marchando se detengan un momento para ver en la distancia a esos muchachos que suenan tan descaradamente a dinosaurios del rock.
No está claro si hay que salvar al rock de algo, quizás solo de sí mismo. Incluso puede que sea tarde, pero para Greta Van Fleet el tiempo es algo relativo. Por eso, el cuarteto -formado por tres hermanos y un amigo- decide vivir en los locos años setenta del siglo pasado, cuando este hard rock dominaba el mundo. El ímpetu inherente a la juventud les lleva a comerse al público con aparente facilidad, desprendiendo una energía cósmica que se contagia. Puro rock, pura vida.
COLOFÓN
La jornada del sábado fue la más extensa de este Mad Cool, con el que fuera guitarrista de The Smiths, Johnny Marr, abriendo a las seis de la tarde y conociendo en sus propias carnes cómo se las gasta el calor en Madrid una tarde cualquiera de verano. Y tras Cat Power, Gossip pusieron a todos a bailar con su indie rock bailable -la vocalista Beth Ditto, aparte de cantar como los ángeles, divierte con sus comentarios asegurando ser Adele y expresando su amor por The Cure-.
La fiesta aún se prolongaría hasta más allá de las cuatro de la madrugada con Robyn y Years & Years, si bien para entonces ya muchos habían emprendido el peregrinaje de vuelta hacia sus lechos. Con un orden encomiable, unos optan por las lanzaderas de bus hasta Plaza Castilla -una vez allí hay un servicio especial hasta Nuevos Ministerios y Cibeles que literalmente vuela por el Paseo de la Castellana-, otros por taxis o VTCs y los menos por el coche particular. Una salida ordenada que se hace más o menos agotadora ya en función del destino de cada cual.
Porque todo fue ordenado este año en Mad Cool. No hubo aglomeraciones, no hubo largas colas para pedir bebida o comida, los conciertos se podían disfrutar de cerca o de lejos según los instintos de cada cual. Y se podía caminar por el recinto sin temor quedar varado en cualquier momento en cualquier recoveco. La cuarta edición de Mad Cool, segunda en este enorme recinto de IFEMA - Valdebebas, fue presidida por la música y las ganas de pasarlo bien en estos largos días de verano. Un final feliz.